
Hay días en los que no soy yo, apenas me reconozco; me desplazo entre las horas y la inercia de una vida tejida de decisiones y consecuencias. Es como si en mí coexistieran dos hombres: uno que lleva las riendas de mi vida y otro, un fugitivo que aparece de algún rincón para disfrutarla, haciendo cosas tan simples como escribir desde el alma. Hoy soy yo; ese fugitivo que toma la pluma y desata sus pensamientos, que conecta con su pasado, tomándolo con ternura y nostalgia para observarlo desde una nueva perspectiva. Me sorprende cuánto tiempo ha pasado sin recordarlo, como probar un postre o un panecillo después de años y descubrirle un sabor que antes había pasado desapercibido. En ese atisbo de una consciencia olvidada, me encuentro con las versiones de quien fui y que quedaron en el camino, dejando el presente al hombre que lleva las riendas de mi vida: el padre, el profesional, el amigo, el hermano, la figura pública. Ese hombre soy yo, pero no por completo; le falta esta parte que, rezagada por la inercia de la vida, surge como un adolescente para quien cualquier estímulo, sensorial o mental, es novedoso. Me gusta ser ese yo, el que se desconecta del mundo y de su vida para ser simplemente esencia, espíritu, energía vital. Sería maravilloso poder habitar en este estado de consciencia pura, conectar con nuestros anhelos más profundos y los placeres más simples: volar en sueños, captar el aroma del aire, sentir la mente libre de cadenas y el cuerpo ausente de achaques. Por supuesto, este estado de independencia terrenal solo se alcanza por unos minutos, quizá unas horas. Para los más jóvenes, o para quienes se resisten a madurar, tal vez sea un estado más constante… hasta que la vida los alcanza y pierden la capacidad de sentirse así de libres todo el tiempo. “Debo irme,” le digo a la consciencia; es momento de ceder el foco al hombre que lleva las riendas, quien alimenta y cuida a todas las versiones de mí que habitan en mi mente. Él es el responsable de esas versiones más pequeñas que tiran, empujan y reclaman atención desde su dependencia y necesidades por satisfacer. Sonrío: la inercia y la rutina también están llenas de risas, placeres y momentos irrenunciables.

Germán Renko @ArkRenko
Psicólogo y terapeuta de pareja.
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