Imagina que has salido tarde del trabajo, tu adorable jefe te encargó algo de último minuto y es la razón de que ahora camines de noche rumbo a donde dejaste estacionado el coche y tan lejos de la oficina; quizá saliste tarde de la escuela y tus compañeros tomaron camino antes que tú, piensas en la mala idea de no haberte ido con ellos cuando tuviste la oportunidad; o tal vez tuviste que pasar a comprar leche o medicina para el niño de camino a tu casa y al emprender camino de regreso notaste que había poca luz por las calles que tendrías que recorrer. De pronto sientes pasos a tus espaldas, no están tan lejos para que no te hayas dado cuenta por encima del silencio en tu mente. Al principio intentas no darles importancia, a pesar de las malas noticias que continuamente ves en las redes sociales, eliges creer que no corres peligro, no a todas las personas les pasan cosas malas en la vida. Sin embargo, hay algo en esos pasos que te hace afinar los sentidos, percibes cierta prisa y violencia en su ritmo, además los sientes cada vez más cerca. Intentas resistir la tentación de voltear la mirada hacia su origen, mientras haces cálculos de lo que te falta para estar a salvo, donde haya más luz, más gente o en el interior de tu coche. Justo unos segundos antes que el ritmo de los pasos se intensifique, tu corazón que ya latía fuerte, ahora parece una locomotora, sientes un sudor frío por tus brazos y piernas, tus pulmones se contraen y expanden con mayor velocidad. Tu cuerpo, con miles de años de evolución, ha detectado la percepción de peligro antes que tú y está listo para reaccionar ante lo que prendió sus alarmas. Los pasos no se escuchan apresurados, sino al trote, lo sabes con certeza, vienen hacia ti y por ti. Por primera vez reconoces que eso que sientes es miedo y piensas que tienes solo 2 opciones, huir o pelear.

El miedo nos provoca reacciones físicas inconscientes e involuntarias, el corazón se acelera para bombear sangre más fuerte, también los pulmones suben y bajan mas rápido, todo con la intención de llevar más oxígeno al cerebro, para proveer de energía a los músculos por si tienen que correr o pelear, nuestro evolucionado cuerpo, se prepara en cuestión de segundos con adrenalina y fuerza increíbles para que, de necesitarlo, puedas hacer frente a cualquier amenaza. Pero también hay una tercera opción, no hacer nada ante la amenaza, quedarte parado y dejar que suceda lo que tenga que pasar a tu alrededor.

En el pueblo donde crecí, teníamos el dicho que cuando algo te paralizaba, como ante un tiro de penal en la cancha, una bicicleta a punto de arrollarte o un chivo que te embiste, te quedabas como conejo lampareado. Es una frase que alude a que en las noches, los conejos se quedan paralizados cuando un coche los va a arrollar en la carretera porque ante la intensidad de las luces no determinan qué hacer, se quedan parados mirándolas que se acercan hacia ellos. El miedo los paraliza y mueren.

En estos tiempos inciertos e inseguros, esos pasos que se escuchan detrás de nosotros son la amenaza de contagio de un virus traicionero y despiadado, que ha alcanzado a muchos, algunos lograron escapar con vida, otros quedaron con secuelas que se los llevaron más tarde, otros se quedaron sin oportunidad de manera fulminante en los primeros días de lucha y muchos más, han convalecido en las salas de hospitales atiborrados con otros seres humanos en la misma batalla, con la esperanza de salir de ella. En esta época, a diario sentimos el peligro inminente, el corazón se acelera, sudamos frío y respiramos agitadamente,  nuestro cuerpo se prepara una y otra vez ante la percepción del riesgo en los pasillos de los supermercados, en las obligadas salidas que hacemos y donde tenemos contacto con otras personas que bien tienen el mismo miedo o portan al verdugo sin saberlo ellos, ni nosotros. Ante cada sensación de peligro tenemos siempre las mismas 3 opciones: huir, pelear o paralizarnos. Peleamos al usar cubrebocas y hacer caso de las medidas de seguridad; huimos y a la vez peleamos cuando nos quedamos en casa, seguros y al margen de los pasos del asesino detrás de nosotros.

También huimos del peligro y la sensación de riesgo al evadirnos, porque la evasión es otra forma de escapar, al aislarnos de las malas noticias; no es casualidad que redes sociales como Twitter estén sufriendo de poca convocatoria, porque al ser una red portadora de noticias, mucha gente prefiere alejarse de ellas, haciendo que los Timelines de la red parezcan pueblos abandonados, por donde antes paseaban millones compartiendo ideas, leyendo tuits y repartiendo “Me gustas”, son los mismos millones que ahora brillan por su ausencia; por lo mismo, otras redes sociales como TikTok se ven beneficiadas con el incremento diario de visitas y mayor creación de contenido que nunca antes, porque es una red que permite huir de las malas noticias, evadir al peligro, ignorarlo por completo. En Tiktok e Instagram también, parece que no hay pandemia, que no hay gente muriendo en hospitales, ni miles llorando por sus pérdidas, ambas redes parecen desenvolverse en un universo alterno sin virus, la gente se refugia en su “Para ti” y “Siguiendo”, dejando en manos del algoritmo que les muestre solo lo que considera quieren ver: cosas divertidas, mujeres bonitas u hombres atléticos, recetas de platillos, consejos financieros, de belleza o mil temas más, excepto la muerte que nos acecha.

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Pero tarde o temprano el cuerpo se agota de prepararse para un peligro que no termina de llegar o se cansa de huir de él, se queda finalmente sin energía, es entonces cuando más expuestos estamos a que nos alcance, porque nuestro sistema de alarma se quedó sin pila y nosotros nos hemos relajado o creado las condiciones para paralizarnos. De las tres reacciones que nos genera el miedo, paralizarse es la menos útil, no se vale quedarse parado sin hacer nada, dejando que el depredador nos atrape, que ponga  su cuchillo en nuestro vientre y lo hunda hasta el fondo mientras observamos como lo hace, como conejo lampareado, sin hacer nada para impedírselo. Paralizarse no es opción, dejarse vencer por la inercia de la derrota aceptada no es una solución, ni un recurso válido. Tenemos que mantenernos en pie y preparación constante ante el peligro que nos acecha y nos quiere alcanzar, ¿cómo lo vamos a lograr?, no permitiendo que nos gane el desaliento, la tristeza y la apatía, haciendo cosas nuevas, retomando pendientes, conviviendo con otros por medio del teléfono o las videollamadas, creando contenido, generando ideas, dando Amor a quienes queremos y dándoles fuerzas y motivación para que también se mantengan en pie de lucha, manteniéndonos activos y atentos, dejando de evadir la realidad dentro de TikTok, Netflix o cualquiera que sea el método que elegimos para escondernos del mundo. La realidad es que estamos en peligro y no se va a ir hasta que las condiciones cambien, mientras tanto, tenemos que seguir viviendo y qué mejor, que hacerlo con bienestar emocional, con fe y esperanza por un mejor futuro, con aceptación y paz interior ante lo que ya pasó y nos hizo daño o aún nos duele, con agradecimiento por aquellos con quienes aún contamos, porque seguimos aquí, con otro día más sobre la tierra.

Actívate como puedas y como gustes, pero mantente en movimiento, si te quedas a media carretera antes las luces que se acercan a ti a toda velocidad, el coche te va a pegar y lanzar por los aires y mientras vuelas sin control, vas a pensar, por qué no me quité, por qué no le hice caso a mi corazón desbocado. Camina, haz ejercicio, baila, canta, barre, trapea, anda en bicicleta, juega con tus hijos, con tu perro, platica, lee, escribe, conoce gente nueva o contacta a viejos conocidos, pero no te quedes parado. En algún momento esto va a pasar y quieres estar lo mejor posible para verlo suceder, para salir a la calle, abrazar a quienes hace mucho tiempo no ves y decir: ¡lo logramos!, no fue tiempo perdido, compartirle lo que hiciste y viviste, quizá presentarles a tu nueva pareja o presumirles que mejoraste tus hábitos de alimentación y vida, que te dejaste crecer el cabello o desarrollaste una nueva habilidad.

Vamos por ese “¡Lo logramos!”.

Germán Renko @ArkRenko
Psicólogo y terapeuta de pareja.

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