
Yo no creo en el perdón
La historia de un antes, un derrumbe y un reinicio
Yo era de los que no creen en el perdón. No por nada mi frase favorita era: “Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”. Quizás por eso, de forma inconsciente, daba tantas oportunidades, porque sabía, y eso sí lo decía con plena conciencia, que cuando decía “hasta aquí”, era definitivo. No había punto de retorno. Para mí no existía tal cosa como “te perdono”.
Por lo mismo, en mis relaciones esperaba perfección, o al menos que cumplieran con mis expectativas. Cuando alguien fallaba en cumplirlas o en lo que había prometido, lo resentía para siempre: se quedaba guardado. Y al guardarlo, luego lo usaba para castigarme o se lo echaba en cara al presentarse la oportunidad. No entendía que eso también era una forma de no saber perdonar.
El problema de no creer en el perdón es que también me lo aplicaba a mí mismo. Era incapaz de perdonarme mis equivocaciones. Cuando llegué a terapia ya cargaba con montones de errores, culpas y reproches que había ido acumulando sin darme cuenta.
Las consecuencias estaban en todas partes: vivía tenso, alerta, autocriticándome por todo, esperando siempre fallar y castigándome por adelantado. Cada error era un motivo para ser más duro conmigo. Me exigía perfección y cualquier tropiezo mínimo lo sentía como una confirmación de que algo estaba mal en mí y no estaba destinado para lograr nada valioso en la vida. Me costaba disfrutar, me costaba confiar y me costaba incluso recibir cariño sin sentir que no lo merecía. Y nada de eso era carácter… era falta de compasión conmigo mismo.
Poco a poco me volví alguien que se adelantaba al golpe. Me autosaboteaba, desconfiaba de mí, me aislaba y hasta lo bueno se me hacía incómodo porque sentía que no tenía derecho a ello. Eso pasa cuando no te amas a ti mismo, tampoco sabes perdonarte: te conviertes en tu propio enemigo sin darte cuenta.
Y entonces llegó el día en que mi psicóloga me dijo algo que nunca se me va a olvidar: “Hasta los condenados tienen una sentencia fija para pagar sus delitos. ¿Hasta cuándo te vas a castigar por tus equivocaciones y decisiones?”. Luego me dejó una tarea que parecía sencilla pero que para mí era casi imposible: perdonarme uno por uno mis errores. Me pidió sentarme en un lugar privado, abrazar un cojín y decir en voz alta cada cosa por la que me había culpado, y perdonarme por ello.
Tardé seis meses en hacer esa tarea. Seis meses. Pues claro, yo no creía en el perdón. Hasta que un día, finalmente, me senté en la sala de mi casa, tomé el cojín y lo abracé fuerte. Empecé a nombrar mis errores, mis fallas, mis decisiones equivocadas… y ese día lloré a mares. Fue tan liberador que creo que fue el día en que algo dentro de mí se reinició. Como si hubiera apagado un sistema viejo para instalar uno nuevo.
A partir de ese momento dejé de castigarme por lo que ya había perdonado. Dejé de revivir culpas que ya no eran mías. Dejé de hablarme como un enemigo. Empecé a tratarme como alguien que también merece segundas oportunidades. Aprender a perdonarme cambió mi manera de ver la vida, mis relaciones y hasta mi forma de estar conmigo mismo. Porque el perdón no borra lo que pasó, pero sí libera lo que pesa.
Si tú también sigues cargando culpas por tus malas decisiones o por los errores que cometiste, pregúntate con honestidad: ¿hasta cuándo te vas a seguir castigando por ellos? Así como a los condenados se les asigna una sentencia, asígnate una tú también… pero ponle un final. Y cuando llegue ese momento, perdónate.
Si no sabes cómo hacerlo, busca ayuda profesional. A veces necesitamos que alguien nos acompañe a mirar lo que duele sin volver a lastimarnos. La vida se vuelve mucho más ligera cuando dejas de cargar tus errores como si fueran cadenas, y sin duda, mucho más satisfactoria cuando aprendes a tratarte con la misma compasión que tanto das a los demás.
Despedida
Escribo esto desde la psicología porque el perdón —el propio, sobre todo— no es un acto moral ni un gesto religioso. Es un ajuste interno, un movimiento profundo que ocurre cuando por fin dejamos de pelearnos con nuestra propia historia. Todos cargamos capítulos difíciles, decisiones que nos pesaron, errores que se volvieron piedras en el pecho. Pero ninguna vida puede avanzar cuando seguimos caminando con ese equipaje que ya cumplió su función.
Perdonarse no es justificar lo que pasó, ni borrar lo vivido. Es reconocer que ya no puedes seguir siendo el juez, el testigo y el condenado de tu propia vida. Es aprender a colocar cada error en su lugar para que deje de gobernarte. Es mirar tu historia con menos castigo y un poco más de compasión. Es aprender a amarse y aceptarse con tus luces y tus sombras.Y si este texto tocó alguna parte de ti, aunque sea un milímetro, entonces ya empezó ese movimiento silencioso que cambia la forma en que te hablas y te tratas.
Si quieres seguir explorando cómo dejar de vivir bajo la sombra de tus errores y comenzar a reconectar contigo desde un lugar más humano y menos castigador, suscríbete a Conexión Consciente y recibe cada publicación directamente en tu correo.
🔸 Sígueme en redes: @ArkRenko – Germán Renko
🔸 Escucha XpressoDoble, donde junto a Eva hablamos de estos procesos internos con calidez, humor y una mirada psicológica profunda. Si este tema te resonó, te recomiendo el episodio: “El perdón y las segundas oportunidades”.
Si este texto te sirvió, compártelo. Tal vez sea el recordatorio que alguien necesita para dejar de flagelarse y empezar a tratarse con un poco más de amor propio.
Nos leemos en la próxima. ✨
Germán






Replica a La gran equivocación de muchas personas al entrar en una relación – El Rincón de mi Consciencia Cancelar la respuesta