
¿Porqué te duelen las críticas y comentarios de tu pareja?
El caso de Lucía
El enemigo más silencioso puede ser la voz que entra sin tocar puertas.
Lucía llegó a consulta con esa mezcla entre frustración, cansancio y culpa que muchos conocemos bien. Tenía 32 años, una carrera sólida, amigos que la querían y un sentido del humor filoso… pero todo eso parecía apagarse en cuanto hablaba de su pareja.
“Me hace comentarios todo el tiempo… no son gritos ni insultos, pero me hacen sentir chiquita”, dijo.
“No sé por qué me afectan tanto si sé que no tiene razón”.
Y ahí estaba el nudo. Porque cuando alguien a quien amamos opina sobre nosotros, no lo escuchamos como a cualquier otro. Lo escuchamos como si fuera la verdad. Incluso cuando no lo es.
Las palabras que pesan
Martín, su pareja, no le pegaba ni la insultaba abiertamente. Pero soltaba frases como:
—“¿Otra vez vas a ponerte eso?”
—“Para qué te esfuerzas, si nunca te reconocen en el trabajo”.
—“Ese proyecto seguro ni va a salir”.
No suenan brutales, lo sé. Pero son golpes suaves que, con el tiempo, hacen tambalear la autoestima más firme. Lucía empezó a dudar de su capacidad, de sus decisiones… y hasta de su propio criterio. Sentía que no importaba cuánto hiciera, siempre era insuficiente.
Y lo más duro: sabía que Martín no era precisamente exitoso, pero sus comentarios le dolían como si vinieran de alguien que tenía la autoridad para juzgarla.
Los tres filtros que nunca aplicamos con quienes amamos
En una de nuestras sesiones le hablé de algo que a mí me enseñaron hace años y que, honestamente, me hubiera gustado aprender mucho antes:
los tres filtros que deberíamos aplicar a toda crítica o juicio que recibimos.
Pero que casi nunca usamos cuando la crítica viene de alguien a quien queremos.
Primer filtro: ¿Quién lo dice?
No es lo mismo que te critique alguien con experiencia, que sabe de lo que habla, a que lo haga alguien que proyecta en ti sus propias frustraciones.
¿Mi pareja es experta en lo que me está criticando? ¿Tiene experiencia o conocimientos válidos para emitir esa opinión?
Con Lucía pasaba esto: Martín opinaba sobre su trabajo, su imagen y sus decisiones… sin tener ni idea del mundo profesional en el que ella se movía.
Pero ella lo escuchaba como si fuera su mentor, como si tuviera la autoridad moral y técnica para evaluar cada cosa que hacía.
El primer error fue dar por hecho que, porque te quiere o vive contigo, sabe lo que dice.
Y no. El amor no da expertise automática.
Segundo filtro: ¿Desde dónde lo dice?
Aquí nos toca preguntarnos: ¿Esto viene desde el cuidado? ¿O desde una necesidad de rebajarme?
¿Es un intento real de ayudarme a mejorar, o una forma velada de control o de sentirse superior?
Las personas no siempre dicen cosas feas porque te odian. A veces lo hacen porque tienen miedo. Miedo de que brilles más, de que te vayas, de que ya no los necesites.
Y otras veces, porque simplemente es el único lenguaje emocional que conocen: el juicio, la comparación, la crítica pasivo-agresiva.
Martín, por ejemplo, probablemente no era un villano. Pero sí un hombre herido, acostumbrado a sentirse menos… que encontraba cierto alivio inconsciente al hacer sentir menos a Lucía.
Tercer filtro: ¿Yo lo creo?
Esta es la pregunta que más duele, pero también la más liberadora:
¿Lo que me dijeron resuena conmigo porque es cierto, o solo porque toca una herida vieja que nunca he sanado?
Cuando alguien nos dice algo hiriente y nos afecta profundamente, no siempre es porque sea verdad.
Es porque nos toca justo donde tenemos una duda, una inseguridad o una herida abierta.
Lucía empezó a notar que algunas críticas de Martín dolían porque eran como ecos de cosas que escuchó en su infancia. De su madre comparándola con su hermana. De su padre cuestionando sus decisiones.
No dolían por Martín. Dolían porque ya había un dolor previo al que se le colgaban las palabras.
Este relato ha sido modificado para resguardar la privacidad y anonimato de las personas involucradas.
¿Y por qué no aplicamos estos tres filtros con nuestras personas más cercanas?
Esta es una de esas preguntas que duelen, porque nos enfrenta a una verdad incómoda: a las personas que más queremos, también les damos el poder de herirnos más hondo.
Lucía no era ingenua ni carente de criterio. Pero, como muchos, bajaba la guardia ante la persona que más amaba.
Y eso pasa porque, en los vínculos afectivos más cercanos —la pareja, los padres, incluso los hijos— solemos hacer algo sin darnos cuenta: confundimos intimidad con autoridad emocional.
Le damos al otro el derecho automático a opinar sobre nuestra vida, nuestras decisiones, nuestra imagen, incluso sobre quiénes somos.
Porque asumimos que, como nos aman (o nos deberían amar), lo que dicen viene desde el bien.
Y eso nos vuelve vulnerables.
Además, están los aprendizajes viejos, esos que vienen de casa:
Si creciste con la idea de que “tu papá siempre tiene la razón” o que “si tu mamá lo dice, por algo será”, entonces es probable que aún de adulto te cueste cuestionar lo que dicen los que amas.
Y no porque tengas 8 años otra vez, sino porque esa parte interna tuya —el niño o la niña que fuiste— sigue buscando aprobación. Sigue queriendo que esa figura te vea y te valide.
Y en pareja pasa algo similar.
Cuando estás enamorado, le entregas al otro una especie de pase VIP a tu mundo interior. Sus palabras entran sin filtro, sin seguridad, sin escáner emocional.
Si te dice algo bonito, te eleva.
Pero si te lanza una crítica disfrazada de “solo te lo digo porque te quiero”, te destraba heridas que tú ni sabías que seguían abiertas.
También está la fantasía del “ellos me conocen mejor que nadie”.
Y claro, eso suena romántico… pero no siempre es cierto.
Conocerte implica tiempo, escucha genuina, empatía, humildad.
Y no todas las personas que están cerca hacen ese trabajo.
A veces, simplemente están.
Pero no te conocen.
Y aún así, tú les das un micrófono directo a tu autoestima.
Por eso no aplicamos los filtros.
Porque no queremos romper la fantasía.
Porque cuesta pensar que quien duerme contigo, o quien te crió, pueda estar hablando desde su dolor y no desde el amor.
Porque cuestionarlos a ellos sería cuestionar lo que tú mismo construiste con tanto esfuerzo: tu relación, tu familia, tu historia.
Pero llega un momento en la vida —y a veces llega en terapia— en que necesitas abrir los ojos.
Y entender que el amor no basta para dar la razón.
Que hay opiniones que duelen no porque sean ciertas, sino porque las dejamos pasar sin preguntar de dónde vienen y por qué entraron tan fácil.
Aprender a filtrar no es volverse frío.
Es volverse justo contigo.
Y empezar a distinguir quién opina con el deseo de verte crecer…
y quién lo hace porque no sabe qué hacer con su propio reflejo.
Lo que aprendió Lucía
Con el tiempo, Lucía entendió que Martín no era una voz de autoridad sobre su vida. Que su éxito profesional, su inteligencia emocional y su valor como mujer no dependían de la opinión de él.
Aprendió a filtrar. A preguntarse con cada comentario:
—“¿Esto habla de mí o habla más de él?”
—“¿Le estoy dando poder a quien no sabe qué hacer con él?”
—“¿Yo misma me hablaría así?”
No fue fácil. Pero poco a poco dejó de entregarle a Martín el timón de su autoestima.
Y lo más hermoso: empezó a escucharse a sí misma.
Y se dio cuenta de que su voz interna no era dura ni cruel, como pensaba… solo estaba escondida bajo capas de críticas ajenas.
Tú también puedes aprender a hacerlo.
A poner filtros sin culpa.
A devolver opiniones que no te pertenecen.
A hacer las paces con tu voz interna para que no vuelva a apagarse por palabras mal dichas.
El primer paso, como Lucía, es empezar a preguntarte:
¿Esta opinión me construye o me limita?
¿La creo porque es cierta o porque me enseñaron a dudar de mí?
Y si te cuesta responderte, si sientes que hay voces que pesan más de lo que deberían… tal vez sea hora de hablarlo en terapia.
Porque a veces necesitamos un espacio seguro para reencontrarnos con la única voz que realmente importa: la nuestra.
Debo decir esto
Yo también he estado ahí.
Durante años, tanto la opinión de mi pareja como la de mi madre biológica tenían el poder de desarmarme por dentro. Bastaba una frase suya —ni siquiera una crítica directa, a veces solo un gesto o un “yo no lo haría así”— para que mi mente se activara como si tuviera que justificar toda mi existencia.
Pasaba horas sobrepensando lo que habían dicho, sintiendo bajones, replanteándome decisiones que ya estaban tomadas. No era solo lo que decían… era todo lo que yo les había dado sin saber: poder, validación, permiso para definir mi valor.
Aprendí a filtrarlas con el tiempo, con ayuda, con tropiezos… y con terapia.
¿Te gustó lo que has leído hasta aquí? Recibe las nuevas publicaciones y apoya mi trabajo suscribiéndote —puede ser de forma gratuita o con una suscripción de pago.
📖 Lectura recomendada
Si deseas ahondar en este tema, te recomiendo el libro “Cuando el cuerpo dice no” de Gabor Maté. Te sugiero el capítulo sobre «la voz del otro».
Aborda cómo las críticas y tensiones emocionales no gestionadas pueden impactar nuestro bienestar físico.
Una lectura cruda, humana y profundamente reveladora.
📝 Ejercicio práctico
Quiero compartirte un ejercicio que suelo aplicar en consulta.
Cierra los ojos, piensa en una crítica que aún te duele o que te repites sin darte cuenta.
Ahora respira hondo y contéstala por escrito aplicando los tres filtros:
1. ¿Quién lo dijo? ¿Tiene autoridad real o emocional para hablar de esto?
2. ¿Desde dónde lo dijo? ¿Desde el amor, el miedo, la envidia, la inseguridad?
3. ¿Yo lo creo? ¿O solo me duele porque toca algo no sanado?
Léelo en voz alta. A veces, escucharte con honestidad es el inicio del alivio.
Para mi 5o. lector
Quizás tú también tienes (o tuviste) un Martín en tu vida.
O una voz que, sin gritarte, te hizo sentir menos.
Tal vez también aprendiste a creerte lo que te decían, solo porque venía de alguien a quien querías.
Hoy quiero recordarte esto:
No toda opinión vale la pena.
No toda crítica merece entrar sin filtro a tu corazón.
Y no toda persona que te ama, sabe amarte bien.
Gracias por llegar hasta aquí.
Si este texto te hizo sentido, compártelo con alguien que lo necesite.
Dale like, guárdalo, suscríbete a este espacio y sígueme en redes como @ArkRenko.
Y si quieres seguir escuchando reflexiones como esta, te invito a escuchar XpressoDoble, donde cada semana ponemos sobre la mesa lo que muchos evitan hablar… pero todos sentimos. Casi lo olvidaba, ¡también tenemos canal de Telegram! para compartir noticias frescas y el calendario de temas que hablaremos en vivo durante la semana.
Nos seguimos leyendo,
porque hablar de lo que duele también es una forma de sanar.
Germán







Replica a ¿Quién te hizo tanto daño para creer que el amor no es para ti? – El Rincón de mi Consciencia Cancelar la respuesta