El hombre conoció la guerra antes que la paz, desde la vez primera se enamoró del irresistible encanto del botín y la embriagadora sensación del poder. Aceptó la existencia de la paz como la necesaria calma para recuperar fuerzas y organizar sus ejércitos. Hablar de guerras, de verdaderas guerras es remontarse sin pausa a la gran guerra, aquella que unió a la humanidad contra la más grande amenaza jamás creada. Para el colectivo de la humanidad, la sola mención del nazismo es sinónimo de locura masiva, genocidio y miedo, un miedo terrible que nadie quisiera volver a experimentar.

En su libro “El miedo a la libertad”, el autor Erich Fromm nos toma de la mano para llevarnos a ver el lado psicológico del nazismo. En su recorrido por el fenómeno social desplaza la teoría de un pueblo engañado por su líder neurótico y rechaza etiquetar a sus adeptos como dementes o desequilibrados. En cambio, nos sitúa en medio de una nación poblada de seres humanos rotos por la primera guerra mundial y con las mismas necesidades básicas, de seguridad y pertenencia  que el resto de la humanidad, un pueblo que respondió ante las circunstancias que vivió de la misma manera que habrían respondido otros pueblos: con adhesión, obediencia, voluntad y convicción hacia los intereses propios y comunes de su país, y que se vio atrapado en una red de factores, intereses y situaciones de las que no había escapatoria individual, ni siquiera global o en forma interna, la única manera de romper al nazismo era desde fuera y por la fuerza.

El miedo a la libertad de los alemanes fue más fuerte que su capacidad para despertar de un letargo colectivo de falsa normalidad y engañoso patriotismo.

Un animal herido es tan débil como es de peligrosa su desesperación, un pueblo herido es tan vulnerable como es de comprometida su libertad. Desde la lupa del autor, el análisis que hace sobre las circunstancias que rodeaban a las clases sociales de la Alemania post primera guerra mundial es que la mesa estaba servida para la llegada de un nuevo régimen que prometiera remedio a sus insatisfacciones económicas y sociales. La monarquía había caído, había fracasado en proteger a sus súbditos y les había fallado en representarlos con fuerza y sabiduría, dejándolos huérfanos de símbolos a quienes admirar y obedecer. La derrota bélica había sumido al país en un clima de inflación y había hecho un boquete enorme en el bolso de sus ahorros, dejándolos sin dinero, sin empleos y sin la confianza necesaria en sus gobernantes para hacer frente a los años venideros. Si los lideres habían fallado, también lo habían hecho los adultos ante sus descendientes, la juventud alemana se alejaba a pasos agigantados del cobijo de sus mayores, perdiendo el respeto y la confianza ante su autoridad.

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Dice Fromm: “El nazismo operó la resurrección psicológica de la baja clase media y al mismo tiempo cooperó en la destrucción de su antigua posición económico-social. Movilizó sus energías emocionales para transformarlas en una fuerza importante en la lucha emprendida en favor de los fines del imperialismo alemán.” De qué otra manera podría explicarse que el enorme mecanismo político-económico-social que supone una nación se supeditara a los designios de un solo hombre si no era en función de entrever en su liderazgo la promesa de resarcimiento a sus propios intereses. El sistema político es un caníbal que antes se come a sí mismo que permitir el cambio y aceptar el daño a sus propios intereses económicos y de sucesión de poder. La clase política vio en el Führer una manera de recuperar el control de una nación dividida por la democracia en la que el parlamento estaba representado por los diferentes ejes políticos que conformaban y representaban a las distintas clases sociales de la nueva Alemania. En esta atmosfera democrática no había garantía de preservación para los privilegios de industriales y terratenientes semifeudales, quienes ahora compartían el poder en el parlamento con las clases baja y media representadas. Los privilegiados esperaban que el nazismo canalizara la energía nacional hacia sus propios intereses, con lo que no contaban es que jamás habrían de poder controlar a la gran bestia de la suástica. El nazismo sin embargo, le falló a todas las clases sociales porque nunca tuvo fines políticos o económicos, para cuando se dieron cuenta de esto los que habían ayudado a poner a Hitler en el poder, era demasiado tarde para intentar removerlo.

Para los jóvenes, en cambio, en el nazismo había una nueva identidad nacional que los consideraba e incluía en una visión torcida de supremacía, en su grupo de seres afines. Qué es más fuerte en el ser humano que su individualismo sino la necesidad de pertenencia, de afiliación a un grupo, máximo si es el único grupo existente. Para el alemán, joven o adulto, no había alternativa que pertenecer al partido nazi, el emblema nacional, sinónimo de patria, o estar aislado, marginado y cargarse el sentimiento de antipatriotismo y convertirse en un paria social, porque aquel que estaba en contra del nazismo estaba en contra de la patria.

Para Fromm, el fenómeno psicológico del nazismo se explica también desde la colectividad y la necesidad intrínseca del ser humano de velar por sus propios intereses. La enorme maquinaria de la organización partidista acogió a miles como sus miembros y los colmó de bienes, privilegios y poder. Además, ante la expulsión de las grandes comunidades judías, el partido repartió los empleos abandonados entre los alemanes “puros”, aquellos que por “derecho natural” merecían los frutos de un buen empleo, una posición privilegiada, un negocio prospero, etcétera. Quién podía oponerse a la opulencia, al beneficio personal prodigado y repartido por el partido nacional, nadie. Lo mismo sucede en la actualidad entre las naciones con un partido anquilosado en el poder, sus partidarios están conformes con su manera de gobernar porque reciben su tajada del pastel de poder y se benefician por pertenecer a la clase gobernante, desde la más pequeña e insignificante posición hasta la más encumbrada, todos reciben algún provecho del partido en el gobierno y por lo mismo, desean, persiguen y hacen su parte para que dicha situación no cambie.

El nazismo en sus inicios y por varios años, los que les tomó llegar a 1945, el final de la guerra, se encargó de tomar y repartir entre sus miembros cada botín ganado. “El hombre conoció la guerra antes que la paz, desde la vez primera se enamoró del irresistible encanto del botín y la embriagadora sensación del poder.”

Según Fromm, no se puede explicar el nacimiento y el desarrollo del nazismo si no es desde los factores psicológicos que involucraban a cada clase social y en la manera que se acomodaban las piezas para hacerles pensar que en la adhesión al nazismo estaban las soluciones a todas sus insatisfacciones sociales, culturales, emocionales y económicas. Cada quien vio en el Führer al mesías que quería o necesitaba ver, la gran virtud de Hitler fue transformarse casi mágicamente, sino que, psicológicamente ante sus ojos para hacer posible percibirse tal como querían verlo.

            No hay máquina más compleja que la mente humana y a la vez tan simple como su naturaleza egoísta de velar por sus propios intereses y su propia preservación. Desde la perspectiva de Fromm, “el nazismo operó la resurrección psicológica de la baja clase media y al mismo tiempo cooperó en la destrucción de su antigua posición económico-social.”

Desde el punto de vista psicológico de Fromm, un pueblo herido es susceptible ante la influencia de un hacedor de milagros, un elegido capaz de captar y manipular sus necesidades transformándolas en una fuerza nacional tan imponente como sumisa. Pero también es vulnerable a su poder sádico, que lo mismo acaricia, que castiga. Hitler supo leer en las masas la necesidad de ser dominadas y aprovechar su tendencia a rendirse ante un ser superior a quien entregar su voluntad y devoción. «Lo que ellas [las masas] quieren  es la victoria del más fuerte y el aniquilamiento o la rendición incondicional del más débil». Para Hitler el quebrar la voluntad del público por obra de la fuerza superior del orador constituye el factor esencial de la propaganda. Añade que el cansancio físico del público representa una condición favorable para la obra de sugestión. A Alemania, la conquistó un mago de mentes, un psicólogo nato.

En retrospectiva, al nazismo no lo derrotó Alemania, sino el mundo a su alrededor, si aquel final que conocemos de la guerra hubiera sido otro, hoy ningún Alemán sentiría otra cosa que orgullo y satisfacción de haber obrado a favor de su patria, de su pueblo, de su familia y de si mismo.

Germán Renko @ArkRenko
Psicólogo y terapeuta de pareja.

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