
“Entrégate con quien tus monstruos se sientan libres; tus obsesiones, comprendidas; tus manías, aceptadas; y tus deseos, cumplidos.”.
Preámbulo
En mí habitan muchas bestias, algunas más salvajes que otras. Pero hay una en especial que es puro instinto, que se deja llevar por corazonadas y más que creer, siente “el llamado”. Aquello a lo que muchos llaman casualidad, para esta bestia es un “had to be”; lo que otros llaman conexión, para esta bestia es una onda de energía que la hace voltear en el momento justo y la dirección correcta. Con este tipo de bestia solo hay dos opciones, responder “el llamado” o quedarse con el espíritu revoloteando entre la zozobra y la incertidumbre del mensaje perdido. No sé si mi bestia sea algo especial, pero no con cualquiera se activan sus instintos ni se establece esa rara conexión.

Química sexual, cachondeo y otros animales salvajes.
A tantos años de haberla vivido, aún me llega el recuerdo de una escena que raya en el absurdo. Estaba sentado en un sillón acompañado de una nueva conquista a la que besaba y acariciaba desde hacía varios minutos. Era la primera vez que estábamos a solas, sin embargo, la atracción física era innegable, desde el primer día habíamos hecho clic; a mí me excitaba cómo temblaba su pecho cuando estaba cerca de ella o cómo se estremecía todo su ser cuando la besaba y se sentía ese llamado de la naturaleza cuando junta a dos de la misma especie y en la misma sintonía. Volvamos a ese momento en mi memoria. La temperatura de nuestros cuerpos ya había dado varios saltos en el termómetro sensual, en gran parte debido a la intensidad y desesperación con que nuestras bocas se comían una a la otra, mis manos volaban de su muslo a su pecho, ida y vuelta, cuando de pronto, mi garganta empezó a gemir de placer, era un gemido cachondo, apenas audible, como el ronroneo de un gato contento. Después de unos segundos, mi acompañante tomó conciencia de aquel sonido e interrumpió el beso. Observé sus labios hinchados y húmedos, su blusa desacomodada y la escuché decir: “te enciendes muy rápido y así no me concentro, mejor le paramos”. Me quedé estupefacto, como le habría pasado a cualquiera de mi género.

Las señales eran muy claras, existía una gran atracción sexual, pero estaba casi seguro que había sido el gemido cachondo e inoportuno el que había roto el momento. Aunque ella era joven, estaba casi seguro que no era virgen; tampoco mojigata, sabía bien lo que significaba estar a solas con un hombre como yo; el deseo podía leerlo en sus ojos, pero… ¿por qué había parado? ¿Iba muy rápido para la primera vez? ¿Estaba más acelerado que ella? Tampoco me molesté por la interrupción ni le di más vueltas en ese instante. Pero después de aquel momento incómodo, en otras salidas sucedieron dos o tres más situaciones que finalmente nos impulsaron a tomar caminos diferentes. La relación era tan reciente que no había echado raíces en el suelo de las necesidades y las expectativas, podía arrancarla desde el tallo en cualquier momento sin que me temblara la mano. Era una época de mucha exploración y aventura, en la que cada semana había una o más conquistas nuevas. Buscaba, como un cazador obsesionado con su presa especial e inalcanzable, a mi sirena mitológica con la que me entendiera cultural, emocional y sexualmente. En ese periodo tuve ocasión de comprobar tristemente que la química sexual tiene varios filtros, primero está la atracción física, a la que siguen los besos, la manera de acariciar y finalmente, el acoplamiento sexual. En pocas palabras, si no sabía besar o de plano no me gustaban sus besos, nada había qué hacer, porque sabía que tampoco me dejaría satisfecho en los siguientes filtros. Porque el beso es el hilo conductor de la electricidad que se genera entre dos que se gustan; si el hilo es deficiente, el placer será de baja calidad.

En nuestra sociedad, el papel activo en la cama lo lleva el hombre, por lo que depende mucho de las reacciones de la mujer como parámetro de su desempeño, pero también como medida de su propio placer. Por eso nos gusta que griten, porque nos excita escucharlas; Adoramos que nos arañen, que giman, que muerdan la almohada, que sus manos se descontrolen y al calor de la pasión, que toquen donde hace falta y que su boca se aventure por donde nuestro placer se esconde. En una sociedad en la que a la mujer le cuesta, por muchos motivos, tomar la iniciativa, para un hombre experimentado es más difícil encontrar a su pareja ideal en la cama. Primero debe educarla y enseñarle lo suficiente para que pueda proporcionarle placer, a la par que él aprende sobre ella. La curva de acoplamiento sexual es larga y elevada, se necesita mucha práctica. Hay tantos tabúes, complejos y miedos con los que se tiene que lidiar que, aunque haya un clima de confianza, a ninguna mujer le agrada sentirse una puta o que el hombre, sorprendido ante un amplio repertorio amatorio o su falta de inhibiciones, se cuestione su pasado sexual. Pero si la mujer cuenta con iniciativa y el hombre tiene la madurez para apreciarla, las cosas son menos complejas y el periodo de adaptación sexual se convierte en un viaje emocionante, de reconocimiento mutuo y exploración sinfín.

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Los problemas serios en la cuestión de sexual aparecen en la pareja cuando los deseos de alguno de los dos son diferentes o poco comunes para el otro. Usualmente es la mujer la que los rechaza cultural e ideológicamente, por falta de educación sexual, por miedo o por ignorancia, por vergüenza o por prejuicio. Aún en esta época en la que la sexualidad es más abierta, podemos encontrar muchos matrimonios en los que el sexo oral es una especie, o bien desconocida, en peligro de extinción o en el mejor de los casos, un objeto de trueque o negociación. Si hablamos de sexo anal, entramos en el terreno de un animal mitológico, ya sea porque uno o ambos, se niega a darlo o recibirlo. Aquel que puede darse el lujo de morder, nalguear o penetrar con los dedos en donde quiera, pueda sentirse en la gloria. Ni se diga de lo que pasa al hablar de fetichismo, de roles y de juguetes sexuales. Mucho menos, pensar en intercambios de pareja, tríos u orgias, esas prácticas están para la literatura y el cine, pero no para nuestra sociedad monógama, retrograda y egoísta. Porque si el mero hecho de que el placer oral esté casi prohibido en casa, la idea de que éste sea recibido por fuera de ella, es poco menos que causal de divorcio.
Yo me pregunto, qué tipo de sociedad tenemos si en ésta se ensalza la libertad sexual en cine, televisión y literatura, pero no se practica en casa. Qué tipo de sociedad es aquella en la que el 80% de los hombres casados se masturba más que cuando ejercía la soltería; esto sucede porque las esposas se han vuelto traficantes del sexo, mercaderes del placer y jueces implacables que determinan cuándo, dónde y cómo debe practicarse el sexo en sus casas. Si el hombre demanda mucho sexo es un caliente o pervertido que solo piensa en eso. Si a la mujer no le apetece el sexo es siempre por culpa del hombre que no la “pone a tono”; de pronto, que la mujer tenga deseos sexuales se convierte en responsabilidad del varón, como lo es también que ella llegue al orgasmo y no solo eso, sino que él debe provocarlo directamente. Por qué cómo, en el nombre del santo papa, se va ella a acariciar el clítoris o mover en uno u otro sentido para aumentar su propio placer; por qué cómo, en el nombre de las santas mártires, va ella a tomar la iniciativa de ponerse a tono por su cuenta, de masturbarse a solas, de enviarle mensajes subidos de tono a su hombre, de sentirse sensual frente al espejo y fantasear con determinada posición sexual o con una lista de requerimientos para hacérselos saber a su hombre. Cuándo, Dios lo permita, las mujeres de nuestra sociedad van a dejar de sentirse complementarias del hombre y empezar a verse a si mismas como seres independientes capaces de pensar, sentir, provocar, buscar y disfrutar el placer sexual en todas sus manifestaciones.

Porque olvidemos los fetiches, los roles y los tríos, el verdadero animal mitológico es la mujer segura de su sexualidad, sin complejos y con iniciativa para explorar su sensualidad. Una mujer que así como sea buena para esperar el orgasmo de la mano de su hombre, lo sea para animarse a probar cosas nuevas, a desearlas, a cumplir las fantasías de su marido y a inventar las propias. Si el Amor es de dos, el sexo también lo es. Ya está bueno de cultivar el mito de mujeres vírgenes, santas y puras. Las queremos putas, experimentadas y descaradas.
Germán Renko @ArkRenko
Psicólogo y terapeuta de pareja.
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