Relatos Cortos

El plebeyo rico y la reina de la feria.


El plebeyo rico y la reina de la feria.

Eleazar Guzmán nació en un hogar estable, pero humilde, hijo de una nueva clase social, llamada clase media, que ni eran ricos, ni tampoco eran pobres. Una clase social hija legítima de la revolución, aunque criada con poco amor y mucha menos atención, en el ambiente laico de una educación pública fieramente defendida por los intelectuales de su época e instaurada de forma gratuita y definitiva por un gobierno joven y aún sin los vicios del anquilosado gobierno de Don Porfirio. Un gobierno nuevo, que decían los cínicos que mucho de lo que hacía con la cabeza, lo derrumbaba con la cola. Pero una clase política que por lo menos había regalado a cada habitante la libertad de estudiar y trabajar para volverse rico o menos pobre, como quisiera verse.

Eleazar Guzmán fue unos de esos raros hombres que les bastaron solo los primeros 6 años de la escuela primaria para aprenderlo todo ó para olvidar lo suficiente de la pobreza y decidir no tomar el camino lento de las letras y los números. Quizá fueron esos mismos 6 años que siguieron a su deserción de las aulas de clase, los que confirmaron que había tomado el camino correcto. Fue un tiempo en el que se dedicó a hacerse hombre y a vender en el mercado del pueblo cuanta cosa brotaba de la tierra, productos frescos y abundantes que eran consumidos ansiosamente por los habitantes de un pueblo que crecía al mismo paso veloz de una ciudad pequeña. También fueron muchas las jornadas de 14 horas las que le ayudaron a hacerse primero de un puesto de verduras, después otro puesto de fruta y finalmente uno de semillas y otro más de comida casera, hasta convertirse en el locatario con más puestos en el corazón mismo del pueblo: el mercado municipal. Estos movimientos de estrategia instintiva le ayudaron a hacerse de una pequeña fortuna antes de los 28 años, suficientemente importante para voltear por encima de las cercas de su clase social y aspirar a casarse con una de pelo largo y fino, una de esas mujeres majestuosas que deambulaban en suelo aristócrata, de esas reinas sin corona que alborotaban tanto a su espíritu plebeyo e ingenuo.

El Amor es también un demonio perverso y caprichoso, como su compinche el destino. Eleazar Guzmán posó los ojos en la joven y única hija de la familia De los Santos, se enamoró de ella como el lobo salvaje se enamora de la luna, a lo lejos e hipnotizado por su blanca piel y su misterioso hechizo, sin saber que por más que el lobo le aúlle, no la tendrá jamás al alcance de sus colmillos.
Eleazar Guzmán la conoció durante las fiestas del santo patrón del pueblo, un verano que Sofía de los Santos había venido a la finca paterna a pasar sus vacaciones del colegio en el que estudiaba en la capital. Quiso el destino que esa primera noche se dejara ver en los pasillos de la feria anual, no solo por su nuevo enamorado, sino por todos los habitantes del pueblo. Portaba un vestido color ciruela que contrastaba con su piel nívea y unas zapatillas elegantes que la elevaban aún más del suelo que al resto de las mujeres. Su cabello lucía señorial y peinado para hacerla ver un poco mayor que sus 18 primaveras y en cada paso que daba, lograba atraer la atención de los hombres de su edad y también de los mayores. Un rostro de pureza y belleza inmaculadas, un porte noble de nacimiento y una personalidad forjada en la altivez y el capricho veloz de ser hija única atrajeron sin remedio, días después, hacia Sofía de los Santos el cetro y la corona de reina de la feria. Si la luna estaba lejos del lobo, ahora convertida en estrella, Sofía de los Santos quedaba muy lejos de los aullidos desesperados del corazón de Eleazar Guzmán.

La historia de este Amor imposible habría terminado esa misma noche de la coronación, pero ya he dicho antes que el destino juega a los dados con nosotros los humanos y además hace trampa. Aquella noche mágica, el coche que manejaba la reina de la feria en completa despreocupación, sin más acompañantes que su cetro y su corona, se averió de regreso a la hacienda de sus padres, dejándola varada en el acotamiento de la rústica carretera. Eleazar Guzmán conducía su camioneta de trabajo por el mismo camino cuando se topó con un cofre abierto y dentro del mismo coche una Sofía de los Santos vulnerable y necesitada de un príncipe azul o mestizo para este caso.

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— ¿Le puedo ayudar echando un vistazo? —dijo Eleazar Guzmán, tan pronto estuvo cerca para ser escuchado.
— Podría hacer algo mejor y arreglarlo — dijo con tono altivo y sin atisbo de preocupación Sofía de los Santos —Aquello no le gustó nada a Eleazar Guzmán y aunque se sentía dichoso y afortunado ante la sorpresa de tenerla a tan poca distancia, no estaba acostumbrado a dejarse sobajar de nada ni de nadie.
—También puedo darme la media vuelta y dejarla aquí, con suerte puede montarse en algún lobo salvaje y llegar sana y altiva a su casa —le respondió con sorna mal disimulada.
—Es usted un tonto, pues claro que necesito su ayuda —le dijo con coquetería y un poco más abajo de su pedestal invisible. —Si usted arregla mi coche, le estaré eternamente agradecida y le recompensaré muy bien el favor —agregó Sofía de los Santos, poniendo un énfasis de sirena en la última frase.

A Eleazar Guzmán le bastó percibir en el motor el olor a aceite chamuscado para darse cuenta que ese carro no llegaría por si solo a ninguna parte. Al parecer la zapatilla de la reina había resultado muy pesada para aquel noble potro en neumáticos. Iba a decirle esto cuando tomó la oportunidad al vuelo.
—Disculpe, ¿cuál ha dicho que es su nombre? —Le dijo, fingiendo no conocerla.
—No se lo dije, es Sofía de los Santos—le respondió ésta, elevando el tono— soy la reina de la feria, no puedo creer que no sepa quien soy, en todo el pueble no se habla de otra cosa que de mí.
—Es la primera vez que la miro—le disparó, Eleazar Guzmán —probablemente mis estándares de belleza están alejados de la mayoría en el pueblo.

La sangre se le subió a la cabeza y se le escapó el apellido del alma a la reina de la feria. No podía creer que aquel plebeyo no la encontrara radiante y hermosa como todos. Hasta le dieron ganas de abofetearlo para limpiarle los ojos lagañosos y déspotas con los que la mal miraba. Pero recordó la amenaza de dejarla sola en medio de la noche y dejó la respuesta a aquel golpe a su orgullo para mejores circunstancias. Sofía de los Santos podía ser muy altiva y soberbia, pero no era tonta.

—Como le estaba diciendo, antes que me interrumpiera con su título nobiliario de feria, señorita de los Santos, su coche está inutilizado y solo podrá moverlo con una grúa o una carreta de bueyes. —dictaminó con certeza Eleazar Guzman, aunque sin eliminar un tono burlón de sus palabras.

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Aquello era el colmo de la mala suerte, pensó Sofía de los Santos, no solo había dejado sin su automóvil favorito a su padre, sino que además estaba al amparo de un pueblerino sin educación ni modales al que ya empezaba a odiar con todas sus fuerzas, aunque su intuición le aconsejara prudencia. Quería gritarle dos o tres verdades, o conquistarlo con una de sus sonrisas hasta verlo besar sus zapatillas por una mirada suya, pero temió que sus mejores armas no tuvieran ningún efecto en él o lo que era peor, las usara para seguirse burlando de ella.

En cambio, en el pecho de Eleazar Guzmán se desataba una guerra sin cuartel entre su orgullo de hombre y su alma de lobo ansiosa por rendir tributo a la bella luna de carne y hueso que no solo se veía más imponente de cerca, sino que despedía un aroma a tentación y locura. La sangre le bombardeaba salvaje en las venas, los labios se le secaban cada vez que miraba de reojo su boca de fruta carnosa y un millón de fantasías pasaban veloces por su cabeza. Pero que lo partiera un rayo si se dejaba humillar o mangonear por ella.

No muy lejos se escuchó el aullido de una manada de lobos, Sofía se acercó por impulso a Eleazar Guzman, casi hasta pegar con él. Quien suponga que esa filarmónica de aullidos estaba siendo dirigida por el destino, no se alejaría mucho de una posible verdad. Aquel vuelo corto de calandria asustada invalidó los temores y defensas de los dos. Cuando menos lo esperaban ambos, Sofía de los Santos estaba refugiada en los brazos de Eleazar Guzman, el hechizo de ella se coló por los poros de su nariz y la seguridad del abrazo de éste le dio a ella la tranquilidad que toda mujer busca siempre en le pecho de un hombre.

La carretera estaba desierta, a un lado del cofre levantado de un auto una pareja había sido reunida en un abrazo por el destino. Lo que siguió fue la inevitabilidad de las circunstancias. Con voz ronca y embargada por la emoción, Eleazar Guzmán le dijo casi al oído a Sofía de los Santos.
—Si le parece bien, podemos remolcar su automóvil con mi camioneta de regreso al pueblo o hasta el lugar que usted quiera—
—Mi papá me va a matar si regreso con el coche descompuesto, soy su hija consentida, pero este es su coche predilecto. —Le confesó Sofía de los Santos con una voz que lloraba tanto como si fueran sus ojos los que hablaran con lágrimas.
—Llevaremos el automóvil con un amigo mío que es mecánico, para mañana al medio día lo tendrá caminando de nuevo y así le diremos a su padre que lo ha dejado en el pueblo para no manejar de regreso a una hora tan tardía—inventó Eleazar Guzman.

Y así de fácil, el destino logró en una jugada maestra reunir al campesino y la reina en la más improbable de las noches y en el menos común de los lugares.

Dejaron el noble potro herido de muerte en el taller, la noche no era tan vieja en el pueblo como se sentía en el monte. Eleazar Guzmán invitó a la reina de la feria a tomar un café y para su sorpresa, la altiva Sofía de los Santos le respondió que sí.

*****

Entraron tomados del brazo como viejos amigos a uno de los muchos cafés que dejaban sus puertas abiertas hasta entrada la madrugada por motivo de la feria. Sofía de los Santos se había dado cuenta en el camino de regreso que su salvador era un hombre educado y con un gran sentido del humor. Su naturaleza indomable, sus silencios inexplicables y su gran seguridad en si mismo le causaban mucha curiosidad. A su edad ya era plenamente consciente del tremendo poder de su belleza física y del gran efecto que combinado con sus mañas femeninas tenía sobre el sexo opuesto. Los hombres se desvivían por complacerla y evitaban darle la contraria. Pero este hombre hacía todo lo opuesto, la retaba, se burlaba de ella y cuando empezaba a odiarlo, la hacía reírse de si misma o con cualquier bobada.

Para Eleazar de los Santos, la primera impresión sobre Sofía de los Santos de vanidad y ego infinitos había cedido lugar a una dulce admiración y sorpresiva ternura, sentía que debía protegerla del mundo entero y de su propia belleza e ingenuidad de niña hecha mujer a la carrera del tiempo. Pero intuía que en el momento que doblara las manos, ella le pondría dulce y feroz un pie sobre la espalda y le perdería para siempre el respeto, pasaría a ser igual que cualquier otro hombre para ella.

*****

Si alguna vez se han encontrado con una persona, con la cual sienten una química especial, alguien con quien pueden hablar por horas sin cansancio ni tedio, hasta que el sol anuncie la llegada del amanecer, entenderán mejor a los protagonistas de esta historia.

Eventos como estos están marcados por un cúmulo de emociones y sentimientos sin comparación. Son instantes mágicos e irrepetibles, que van de la emoción por lo nuevo, los puntos en común hasta la atracción ya sea física y/o intelectual con esa persona, caracterizados por la química imbatible, la admiración en aumento y una conexión intangible entre dos que fueron empujados por el destino para que tropezaran entre sí.

@ArkRenko

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El tiempo se les fue volando al plebeyo y la reina de la feria en un intercambio de opiniones interminable, en un brincar de temas enlazados unos con otros. Enfrascados sin darse cuenta en conocerse hasta el último centímetro del rostro, en coquetearse con la mente, la mirada, los labios y el lenguaje del cuerpo. Un empujón por aquí entre bromas y risas, una sonrisa que condujo a una carcajada y finalmente, un juego de manos que terminó en un beso no por inesperado, menos placentero y eterno.

Sí, el destino a veces hace trampa, pero juega a favor de nosotros. La boca de Eleazar Guzmán se encontró de pronto pegada a la boca de Sofía de los Santos, juntas y entreabiertas en un beso suave, acompasado y definitivo. A ese beso siguieron otros besos, menos lentos, más intensos.

En la mesa de un café, aquella madrugada se confirmó que ante los ojos del destino, solo eran un hombre y una mujer.

A los amantes destinados a pertenecer a una misma historia, el destino les escribe los primeros renglones y después los deja que escriban el resto entre arrumacos, suspiros y besos.

Germán Renko @ArkRenko
Psicólogo y escritor.

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“Con las Alas en Llamas”
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Acerca de Germán Renko

Psicólogo y escritor. Autor de: «Con las Alas en Llamas» y de la frase: “Si no era Amor, era vicio. Porque jamás una boca me hizo regresar tantas veces por un beso”.

Comentarios

5 comentarios en “El plebeyo rico y la reina de la feria.

  1. El destino juega muchas veces a nuestro favor, hay que apostarle por aquello que nos sorprende.

    Publicado por granadosjuan_ | 22, agosto, 2013, 12:39 am
  2. Maravilloso destino ❤

    Publicado por Sulma | 23, agosto, 2013, 12:39 pm
  3. Buena historia…cuando menos lo esperas llega algo lindo para tu vida. Felicidades…como siempre muy inspirado.

    Publicado por flnany | 26, agosto, 2013, 10:55 pm
  4. Es hermoso lo que puede hacer el destino ❤ me encantan tus letras 🙂

    Publicado por Karen | 4, septiembre, 2013, 7:00 pm
  5. Me encanto…

    Publicado por eglis perez | 24, junio, 2014, 6:31 pm

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