Relatos Eróticos

A Kilómetros de casa


A Kilómetros de casa

De madrugada, dos minutos antes de la hora de despertar, mis ojos se abrieron alertas, saliendo completamente del estado de vigilia en el que me encontraba por la inminencia del viaje. Con decisión retiré las cobijas y abandoné su comodidad para entrar en la ducha y dar inicio a ese día de finales de enero. Bajo el chorro de agua caliente, quizás más por costumbre que por otra cosa, afeité con cuidado aquellas zonas en las que la ternura dispensada por una boca femenina es siempre bien recibida; siempre hay que estar preparado. Mis manos enjabonaron y enjuagaron con esmero cada parte de mi cuerpo, disfrutando la conocida caricia sobre la piel, una mano por aquí, un apretón o dos mas allá, pronto mi cuerpo reaccionó ante el estímulo y me sentí imbuido de esa fuerza animal que caracteriza mi género, de una resistencia y vigor capaces de cargar el mundo con mi centro. Unos solitarios gemidos mas tarde, ya vestido y preparado contra el frío, salí a la calle con una maleta en una mano y en la otra la alegría de quien está por arrancar una nueva y prometedora andanza.

Llegué al aeropuerto a buena hora, aun tuve el lujo de leer un poco en la sala de espera y fumar un cigarrillo, antes que el vuelo fuera anunciado. ¿El destino?, una lejana ciudad; ¿el propósito?, recoger a mi hermana adolescente de casa de una amiga suya. Había pasado por vez primera un mes entero lejos del hogar materno y ahora era tiempo de volver y por su edad e inexperiencia en viajar sola, fui elegido para acompañarla en el viaje de regreso. Entusiasmado por conocer una nueva ciudad y salir un poco de la rutina diaria acepté el encargo, la idea de pasar un fin de semana en un lugar desconocido y la oportunidad de conocer otro mundo y estilo de vida agitaba mi espíritu aventurero, inquieto mi cerebro segregaba dosis de adrenalina y excitación ante las posibilidades que podrían estarme esperando allende los cielos, pues no obviaba que el país al que viajaba ostenta fama en cuanto a libertad sexual.

Quizá por eso, en la sala de espera de una de las conexiones del vuelo estuve flirteando, inútilmente, en busca de esa mujer “intensa y sensual” que está en busca de ese hombre “misterioso y atrevido” con quien bien podría realizar la fantasía de tener sexo en el baño de un avión o del mismo aeropuerto.

Primero fue con una encantadora mujer de cabellera rubia que andaba a mediados de los veintes, simpática, amigable y dueña de un exterior al que no podía ni deseaba encontrarle defectos, vestía pantalón caqui y una blusa color verde olivo que acentuaba aun mas el color de sus ojos, sin estar escotada, si no de corte discreto, dejaba aun así adivinar un par de montes, duros y bien formados, los cuales debían encontrarse tibios y en tentador reposo gracias a la calefacción del lugar y al buen clima que sin duda imperaba dentro de la tela que los cubría.

Al estar en la misma sala de espera suponía que compartiríamos el mismo avión, por lo que la hacía una inmejorable candidata para probar mi suerte. No hubo tal, no bien pasamos de la charla trivial, y la confianza y empatía que suelo inspirar con mi modo desenfadado hicieron mella en su ya de por si naturaleza ingenua, empezó a platicarme el porqué de su viaje. Yo, haciendo enormes esfuerzos para ignorar lo que exquisitamente jalaba mi vista debajo de su blusa, ella, animada mostrándome fotos de sus hijos y de su esposo, el cual por cierto la esperaba con enormes ansias después de una separación de meses por cuestiones de trabajo. El clima vino al rescate y a alejar de mi mente toda incitación a buscar la oportunidad de provocar y obtener los placeres que ofrece el adulterio en las nubes. La compañía de la joven y linda  ama de casa se terminó tan pronto avisaron el retraso del vuelo de conexión y ella tuvo que marchar a buscar otro vuelo para llegar a tiempo a la ceremonia en la que acompañaría a su marido, dejándome sumido en un mar de reflexiones acerca del romanticismo hoy en día.

El siguiente y último intento fue con una chica de tez blanca como de aristócrata medieval, cabello castaño al hombro y con una carita angelicalmente tentadora. Hablaba por celular dentro de una tienda cuando mis ojos dieron con ella. Vestía unos jeans ajustados, de esos que están tan de moda y sirven para realzar el ya de por si atractivo del cuerpo femenino, así como una chamarra de color rojo que además de resguardarla del frío, avivaba la frescura de su belleza, mas tarde me diría con una vocecita delgada que acababa de cumplir los 21. Vi como una vez finalizada su llamada se dirigía a una banca, resuelto y con el instinto alerta tomé asiento cerca de ella unos minutos después, resolviendo leer hasta que pasara un tiempo prudente para despejar toda idea que mi elección del lugar no había sido casual. Estuvimos hablando un buen rato, repitiendo el mismo proceso que con mi anterior compañía, reímos y echamos bromas, intercambiamos anécdotas sobre otros viajes e información sobre cada uno de nosotros. Conforme hablábamos y la trataba, su cercanía y aroma empezaron a jugar con mis sentidos, mi nariz aspiraba extasiada y disimulada el  perfume sutil de frutas frescas que emanaba, percatándome que podía perderme en su mirada hasta casi ignorar de lo que hablaba, intentando imaginar por instantes el sabor de esos labios delicadamente frugales, esto hacía casi desear que la espera se prolongara, solo para tener el tiempo suficiente para dar pie a la aventura.

La charla era amena,  todo iba bien, mas no había pizca de coquetería en su actitud, fue cuando una pequeña lucecita se prendió dentro de mi cabeza. Las palabras “novio” y “sorpresa” salidas de su boca se materializaron en mi cabeza. A partir de ese instante, explicó de forma detallada el motivo de su viaje. Viajaba para darle una sorpresa a su novio, el cual estudiaba en otra ciudad y era con quien había tenido una pelea el día anterior a través del teléfono, con el consabido resultado que ambos habían colgado el aparato muy disgustados. Para hundir aun mas en mi pecho la daga del desencanto, se abrió la chamarra mostrando la blusa que se había puesto especialmente para él, era una ajustada blusita color rosa en la que se leía la leyenda: “¿Me Perdonas?”. La imagen de un tipo sin rostro quitándole esa excitante blusita, poniendo a descubierto ese par de divinos montes de blanca piel con que la naturaleza la dotó, vino cruel y abrasante a mi mente, dando vida a una escena completa en la que una vez olvidados los disgustos se entregaban a la excitación y placer por estar juntos físicamente y con la oportunidad de explorar mutuamente sus cuerpos, deseos y sensaciones. Mi joven compañera parecía de esas chicas que en la cama suelen dejar toda la aparente frialdad de su rostro aristocrático para convertirse en apasionadas cortesanas.

Aquello era ya demasiado, seguimos platicando hasta que su vuelo fue anunciado, mas desde ese instante y hasta que llegó mi hora de abordar, utilicé como separador en mi libro las esperanzas de tener un trepidante encuentro sexual a miles de pies de altura,.

El vuelo se había retrasado a causa del mal clima, pero por fin aterrizamos a medio día en un aeropuerto azotado por la lluvia y el frío. Mis huesos se quejaban debajo de las capas de tela que intentaban abrigarlo, cada parte de mi estaba en constante lucha por mantener una temperatura humanamente tolerable, y aunque mis labios se encontraran ateridos por el viento gélido, dentro de mi, el ángel caído que inspira mis ideas mas perversas se ocupaba en repetir las palabras de mi hermana en el teléfono: “Helena, la hermana de mi amiga tiene muchos deseos de conocerte, le he hablado mucho de ti”. Bien, ¡ahí está!, lo he dejado entrever y ahora lo digo abiertamente, todo lo que un hombre necesita para embarcarse en una aventura es el aliciente femenino y aunque no lo admitiese, aunque fuera lejanamente,  éste existía para mi.

Sin procurarlo había obtenido información sobre Helena, sabía que tenía fama de alocada, de ser la oveja negra y que era mucho mas joven que yo, lo cual quizá la ponía fuera de lo legal y moralmente permitido, la volvía prohibida por esa razón y por considerarse ya también, amiga de mi hermana, pero todo aquello solo hacía mas excitantes las fantasías, que aun sin que las estimulara, se desarrollaban en la parte trasera de mi conciencia, detrás de los pensamientos activos. Suelo tener una imaginación muy creativa, más no acostumbro alimentar en exceso las fantasías y menos hacer planes o tener expectativas en base a ellas, de esa manera evito las frustraciones y abro los brazos a las sorpresas que brinda lo inesperado, por lo que con un movimiento imaginario de la mano hice a un lado el hábito maldito de mi género de imaginar cosas y de fantasear con la chica en cuestión, cerré y puse llave a esa puerta y decidí  disfrutar lo que esos días llevaran a mis manos.

Mi hermana me esperaba con una gran sonrisa, contenta de ver una cara querida después de tanto tiempo lejos. Tan solo verla, la noté distinta, con esa madurez que da la experiencia de los viajes, que se adquiere gracias al alejarse de la seguridad de un ambiente conocido y valerse mas por si mismo. A uno de sus costados  estaba un hombre de aspecto aun joven que supuse era el padre de su amiga, y ésta a su vez, se hallaba en el costado contrario. Me recibieron con un gusto genuino y con la misma familiaridad como si me  hubiesen conocido de tiempo atrás. Durante el camino hablamos de los temas comunes en esos casos, acerca del viaje, el clima, la situación de la ciudad que provenía, etc. Una vez en casa fui presentado con el resto de la familia, la mamá, y las dos hijas restantes, Helena y una niña preadolescente. Todos tenían una cosa en común, la paz que da llevar una vida cómoda, tranquila y feliz, me gustó que así fuera y percibir que eso auguraba para mi una estancia relajada

Poco tiempo después que fui instalado en la que sería mi recamara, mandaron traer comida y ya en el comedor, la charla giró alrededor de la visita, abundaron las preguntas y se dio la oportunidad de que todos nos conociéramos un poco más. Al fin de cuentas, un completo y singular extraño estaría algunos días durmiendo bajo su techo y como buenos padres, por demás que pareciesen ser ingenuos e inocentes, debían tener un poco de interés por conocer a quien ponían tan cerca de sus hijas y en cuanto a estas, mis miradas estuvieron siempre adheridas a la regla de los 2 segundos, jamás prestándoles mas atención de la esperada, en especial a Helena, de quien ni siquiera intenté averiguar que impresión le había causado o con que ojos me veía.

Después de comer, las chicas mayores sugirieron llevarme a dar una vuelta para que conociera un poco donde vivían. Con un mínimo de insistencia, sus padres accedieron a darles permiso, a sabiendas que solo era un pretexto de ellas para pisar la calle, mas como condición pusieron que yo manejara, a lo que consentí en tono confiado y dispuesto. Los cuatro juntos nos fuimos primero a un centro comercial y posteriormente, – ahí saltó el motivo real de la insistencia a llevarme a pasear- fuimos a un café Internet. Una de las diversiones favoritas de las muchachas y que por el momento no estaba disponible en casa.

Dentro del lugar, como puestos de acuerdo, nos situamos en maquinas alejadas unas de otras, en un conveniente triangulo, quedando ellas de espaldas a donde yo estaba situado, cercano a la entrada. A petición de Helena intercambiamos direcciones de MSN y muy pronto estuvimos chateando sin importar que estuviéramos a unos metros de distancia. Era divertido saber que nuestras dos acompañantes no imaginaran que estuviéramos chateando entre nosotros. Fue durante esta charla que tuve el primer contacto con la naturaleza salvaje y atrevida de Helena. Sin que viniera a cuento con lo que platicábamos me dijo: “Mira esta página a ver que te parece”, sin tener idea de que se trataba le di click, era una página de contenido para adultos, como rayo voltee a todos lados para ver quien podía ver las mas que sugerentes imágenes que estaban poblando el monitor enfrente de mi. Cauteloso y controlando la emoción que me producía la posibilidad que esto me ofrecía, le pregunté porque la había enviado, a lo que respondió que creía que sería de mi agrado – el cosquilleo que recorría mi cuerpo y aceleraba el torrente en mis venas debía más que responder a su pregunta, aun cuando no fuera por el contenido en si- y fue aquí que me llevé la segunda sorpresa, cuando agregó que además deseaba conocer mi opinión sobre las posiciones que ahí se mostraban pues creía que por mi experiencia sabría decirle cuales eran mejores.

A través de la ventana de chat intercambiamos puntos de vista, cuales eran nuestras favoritas y cuales le gustaría a ella experimentar, buscaba la imagen de aquella que la excitaba mucho y me la mandaba para que la viera. Yo no cabía de gozo y excitación en la silla alta en donde estaba sentado, de esas tipo las que hay en los bares, cuando la vi levantarse de su lugar para ir a donde estaba yo, hizo como que señalaba algo en el monitor con una mano y con la otra apretó suavemente el área donde la tela de mi pantalón se sentía palpitante y estirada,  luego me dijo al oído: “Esa que te mandé al final me gustaría practicarla contigo”.

Ya no había margen a la duda, la chica no solo era atrevida, si no que le gustaba jugar con fuego y para ese momento yo era una llamarada dispuesta a incendiarle la ropa que la cubría y hacerle hervir al punto máximo cada uno de sus deseos, por más profanos o secretos que éstos fuesen.

La excitación sexual, como el alcohol tiene un efecto adormecedor sobre el instinto de peligro y solo por fracciones de segundo alcancé a ver a alguien que entraba y por reflejo minimicé la pantalla, un suspiro de alivio se ahogó en mi pecho al ver un segundo después que cerca de nosotros se detuvo el  papá de las chicas, mi anfitrión. Explicó con la calma de un santo que estando un tanto inquieto en su casa al notar nuestra tardanza había ido a buscarnos donde estaba casi seguro que nos encontraría… para mis adentros pensé que no tenía la mas remota idea de lo que además había estado a punto de encontrar en mi pantalla, si tal solo hubiera entrado unos segundos antes o si solo hubiera podido ver desde donde estaba de pie, el lugar donde estaba posada la mano de su hija y lo que con ella estaba acariciando mientras le contestaba con toda tranquilidad que en un momento mas regresábamos.

Durante el camino de regreso, en mi cabeza había un tornado de ideas y pensamientos, sabía que me había topado con la oportunidad que deseaba y solo había que saberla explotar. Decidí que de ese momento en adelante todos mis esfuerzos estarían enfocados a buscar y/o provocar esa situación que iba y venía en mi mente, aquella que me permitiera estar a solas con Helena y sus alocados antojos. No tendría que esforzarme mucho, creo que ese día la Diosa Fortuna estaba dispuesta a recompensarme por los fracasos en el aeropuerto.

Ya estaba avanzada la noche cuando las chicas quisieron ver películas, por lo que nos sentamos en parejas en los dos sillones que estaban en la sala, en uno mi hermana y su amiga del alma, en el otro, ¡oh que agradable coincidencia!, Helena y yo.

Así entonces, estábamos sentados los cuatro viendo una de las películas, cuando la temperatura empezó a bajar y fue necesario traer cobijas y enfundarnos en ropa mas acogedora. Una vez que la cobija que nos correspondía a nosotros nos tapó por completo hasta la cintura, una idea cruzó por mi mente y para llevarla a cabo debía actuar con naturalidad y hasta indiferencia, como si fuera lo mas lógico y común.  Así que comenté que tenía frío también en los pies y despojándome de los zapatos, los subí al sillón mientras cambiaba la postura de las piernas, apuntando en dirección de mi acompañante. Al cabo de un rato en esta posición  al estirarme uno de mis pies chocó por “accidente” contra la pierna de Helena, al ver que ella no lo retiraba, mi pie empezó a acariciar suavemente su muslo a través de la pijama, siempre cuidando que no se notaran los movimientos desde fuera de la cobija, que mi hermana no se percatara de lo que ocurría en el sillón de a lado. Helena por su parte, con su mano empezó a tocar mi otro pie, a darle un pequeño masaje, le pasaba los dedos de un lado a otro, deslizándolos en suaves caricias, apretando aquí, tallando mas allá, jalando y retrayendo un dedo de manera sensual y sugestiva, luego otro dedo y otro mas. Una parte de mi idea se estaba llevando a cabo de manera muy placentera, poco a poco la sangre circulaba mas y mas rápido por mis venas, agolpándose en algunas áreas, haciéndonos olvidar con facilidad las escenas que se proyectaban en la televisión aun cuando no dejáramos de simular estar entretenidos con ellas y hasta soltáramos algún comentario de vez en vez.

La siguiente etapa de la idea le correspondía a ella y pronto la captó. Algunos minutos mas tarde ella hizo lo mismo que había hecho yo y subió sus piernas y pies al sillón, acomodando sus piernas de tal manera que quedarán en la misma posición que las mías, generando con esto toda una gama de excitantes posibilidades. Con la misma calma hasta entonces mostrada y simulando una sangre fría que estaba lejos de tener, colé mi pies entre sus piernas y  deposité el derecho justo en su centro, ahí lo dejé unos instantes sin moverlo, aguardando su reacción, aunque no esperaba que me reprendiera, si no precisamente aquello que hizo con mi otro pie adelantado hasta estar por debajo de su pierna flexionada; lo acariciaba mas lento y sensual, sugiriendo así, como deseaba ser acariciada a su vez. Sus dedos se hundían en la planta, a ratos rozándola, a ratos presionando con ardor. Siguiendo la sutil sugerencia, empecé a tallar su centro, lenta y suavemente, con movimientos pensados en suministrarle pequeñas dosis de placer escondido; de delicadas caricias intensamente cómplices en el sentido del reloj, luego como dulce sierra subiendo y bajando, cortando su monte, abriendo su carne buscando a través de la tela el contacto con su mar.

En ocasiones posaba la vista en ella, solo para observar su rostro, buscando en él, rastros de lo que ocurría entre nosotros, sus ojos brillaban, veía su pecho subir y bajar al compás de su respiración y como soltaba ocasionalmente un silencioso suspiro. También echaba otra disimulada ojeada al lado, no estaba de mas cerciorarse que no despertábamos sospechas ni fulminantes miradas.

Bajo la tela del calcetín podía sentir la tela de su pijama y la de su pantie, debajo de ésta un monte que se mecía a cada pasada de mis dedos por encima de él, como el viento mueve las espigas de trigo, como se mueve la mano de un director de orquesta en un adagio. La punta de mi pie subía y bajaba, trazando una línea de calor sobre su ropa, buscando nuevos movimientos, explorándola a ciegas, buscando extender el tiempo en cada lento roce, seduciéndola en cada caricia deliberada, liberando su espíritu en cada círculo dibujado.

Pronto esto fue insuficiente y ella misma me despojó del calcetín. Adiviné que deseaba sentir mi piel, que deseaba sentir mis dedos libres calentándose con la cálida humedad que empapaba ya sus prendas. Lo adiviné porque cada célula de mi pie a su vez deseaba hundirse en ella, probarla con la lengua instalada en el nacimiento de los dedos del pie y sentir como éstos se perdían lentamente en ese paraje prohibido y hasta ese día desconocido, en esa tierra que se ofrecía para ser explorada, para dejarlos sumergirse en un manantial termal que los envolvería con su calor, que los relajaría y convertiría en coyuntura eléctrica que se uniría a  un cableado de nervios y piel que llevarían múltiples ondas de placer por el resto de mi cuerpo.

Disfrutaba haciéndola gozar cuando a las sensaciones que recorrían de forma constante mi piel se unieron las producidas por sentir su pie haciendo lo propio entre mis piernas, con sus dedos de escaladores, pugnando por subir y bajar, por explorar mi Everest de carne y mientras ella se enfundaba en el traje de alpinista, mis dedos liberados del calcetín retiraron con maña la tela de su pantie, haciéndola a un lado para poner a su merced una ardiente caverna ansiosa de ser tiernamente profanada. Ya sin obstáculo alguno, libres por fin los cinco peones, pronto estuvieron sumergidos en un ardiente estanque, cuyas aguas bullían a una temperatura tan alta que muy pronto la sangre de mi pie calentada en su interior estaba llevando calidez al resto de todos mis miembros, era exquisito ese calor contagiado, calentando  piel e ideas.

Una vez más, la Diosa Fortuna llegaba puntual a hacer otro abono a su cuenta, la película había llegado a su fin y las chicas del otro sillón anunciaron que se irían a acostar, nosotros por supuesto respondimos que veríamos otra mas, que aun no teníamos sueño y habría podido agregar que mucho menos frío.

La nueva película empezó a proyectarse en el televisor, con otro tipo de escenas que se recrearían en el sillón. Sin testigos oculares, mas si auditivos, pues la habitación de las chicas quedaba cerca y desde la sala podían escucharse sus risas y voces, por lo que era probable que también fuera al revés, al menos nos sentiríamos mas libres de dar rienda suelta a nuestros incandescentes deseos, cuidando de no ser sorprendidos por las chicas o por los papás de Helena, pero sin inhibiciones.

Avizor a todo sonido y movimiento en la casa, fui acercándome furtivamente al lado de mi compañera nocturna y por fin pude liberar ese primer beso que se mantenía atrapado en mis labios, fue un beso intenso y salvaje, posesivo e invasor, dos horas de caricias escondidas y la latente posibilidad que alguien apareciera en el umbral de la sala no dejaba lugar a delicadezas, aunado a que la pasión acumulada exigía un escape, y éste llego a través de esos largos besos de fuego, de adrenalina desbocada y deseo contenido que nos prodigamos por un largo rato, permitiendo que nuestras bocas se reconocieran, que las lenguas se enrollaran y pelearan por la posesión del espacio y del tiempo para darse placer, unos instantes mi lengua estaba explorando su boca y en otro mis labios chupaban con fruición su labio superior o inferior, sus dientes estaban mordiéndome o sus labios tallándose con frenesí, pronto los dos pares de labios estaba húmedos e hinchados y la pasión había subido varios grados de intensidad.

Su boca estaba caliente y su saliva aun mas, casi abrasaba la inflamada piel de mis labios, a cada beso sentía que mi pijama explotaría y tal vez mi lengua le transmitió dicha idea, porque su mano bajó hasta donde se concentraba mi placer y se distribuía en ráfagas intermitentes por todo mi ser, su mano tanteó desesperada por encima de la tela como buscando como asirse a este mundo, y encontró un fuerte y vigoroso asidero, su mano se aferró con determinación y cada que su cuerpo amenazaba con elevarse del sillón, cada que su mano recorría su longitud hasta casi separarse de él, regresaba pronta a la raíz, proporcionándome oleadas de sublime placer. Su mano ansiosa subía y bajaba, por segundos sus movimientos delataban su inexperiencia, mas aprendía pronto y compensaba con dosis de apasionamiento y salvaje apetito, en su mirada se notaba que disfrutaba intensamente de jugar con mis sensaciones, del poder que ejercían sus caricias en mi, ver mis ojos a duras penas dirigirse al pasillo que daba hacia las recamaras, en pocas palabras, disfrutaba arrollarme con su intensidad.

Los besos dejaban pronto de ser suficientes, los dedos de mi mano deseaban explorar lo que antes había sido territorio de sus contrapartes de abajo. Mucho más hábiles y mejor preparados, los refuerzos se abrieron paso, adentrándose como ciegos en su propia casa, moviéndose con excelente orientación y encontrando pronto su objetivo, se deslizaron traviesos por debajo de los obstáculos de tela, guiados por el calor y la humedad que rodeaba a su destino. Sin vacilar, pero sin prisa se aprestaron a explorar ese terreno que tan cálida bienvenida les otorgaba, como dos abejas que entran y salen del panal, así entraban  dos falanges, duras y delicadas, hurgando con flexibilidad, acariciando con delicadeza, buscando matar la pasión que nos consumía y consiguiendo solo darle mas vida. Cada entrada y salida de mis dedos, era como echar whisky en un horno, un horno que expulsaba un aire caliente que exacerbaba mis sentidos, que llevaba a mi nariz el olor concentrado de su deseo, ese divino olor de sus secretos que se sumó al ácido sabor que deleitó mi boca cuando chupé mis dedos para paladear un embriagante sabor a ciruela verde;  un torrente de ciruela  en abierta invitación a hundir mi carne en él.

Solo que había planes distintos para mi. Su mano, que no me había soltado por un segundo, ahora era la que cual bailarín experto al dirigir a su pareja en la pista me hacía ponerme en pie sin mediar una palabra, mis piernas flaquearon con solo entender lo que se proponía llevar a cabo. Su boca generosa se abrió para dar posada a mi carne peregrina, el calor que antes quemaba mis labios al besarlos, ahora rodeaba mi piel por completo, sentía su calidez por todas partes, envolviendo todo su diámetro en húmedo confort , sus labios se abrían cada que era necesario darle aire a ese buzo errante y se cerraban cariñosos cada que éste, volvía a clavarse en su interior, sus labios chupaban con exquisito ritmo, y su lengua se amoldaba complaciente al durmiente que se acunaba en ella, se convertía en un canalillo acojinado, encargada de recibirlo cada que entraba y de recorrerlo por debajo, tallándolo como en busca de imperfecciones que desaparecerían al contacto de su húmeda superficie.

Su boca era ardiente promesa de lo que mas abajo esperaba a mi fiel soldado y ambos sabíamos que lo que hasta ese instante había sucedido no nos bastaría para dar por terminada la noche, fervientes nuestros cuerpos pedían mas. Sin embargo, hacía falta un poco mas de seguridad, ante una visita inoportuna no habría tiempo suficiente para separarnos y mucho menos, habría margen a la duda sobre lo que estuviéramos haciendo. Sin decirnos nada, comiéndonos a besos, mientras nuestras manos nos hacían el corto trayecto mas placentero, llegamos a la cocina que se encontraba pegada a la sala y si bien no permitía ver hacia las recamaras, por lo menos permitía ganar un poco de tiempo en caso que alguien se presentara de improviso en la sala.

Helena se recargó en el refrigerador, quedando su cara ladeada hacia el pasillo que daba a la sala y recamaras y yo acomodé mi cuerpo por detrás del suyo, que inclinado, estaba ya presto a recibirme dentro. Con prontitud bajé su pijama y su ropa interior hasta sus rodillas, tomando mi palpitante y ansioso rey de bastos, rocé la entrada al cielo, mojándolo en sus nubes cargadas de agua, preparándolo para el bautismo de ácido y fuego, fui hundiéndolo poco a poco en esa fuente de vida y muerte, a la mitad amenacé con retirarlo, sentí como su carne se negaba a dejarlo partir y cuando parecía que sería mi gladiador el vencedor de esa callada batalla, éste se dejó ir al frente sin piedad en ardiente y ansiada derrota. Llegó hasta el final del camino, recorriendo absolutamente todo el candente y húmedo sendero que podía recorrer. Al contacto de las columnas que me sostenían con las suyas, inició un lento regreso, dejando que las suaves cortinas que otrora había abierto, se cerraran en su retroceso, solo para volver a ser abiertas en cada nueva y vigorosa  acometida que daba esa pieza de piel y empeños.

La pasión nos consumía a ambos, si hubiéramos podido, abríamos gemido y gritado en ardiente concierto. Helena estaba lejos de aceptar un papel pasivo en nuestra nueva situación, acompañaba cada uno de mis movimientos con sus propios movimientos, buscando maximizar su placer y de paso alargando el mío, mis manos se aferraban a sus caderas, ayudándola a mantener el equilibrio y apoyándome a entrar y salir con mejor tino,  el ritmo iba subiendo y cada silencioso gemido se acumulaba dentro, pugnando por salir en una explosión en cadena, el pecho de ella subía y bajaba en intervalos tan cortos como rápidas eran mis incursiones en su interior. Sentí como su interior se empezaba a derretir y a envolverme con una nueva lava aun mas hirviente, deshaciendo y quemando hasta el último gramo de mi energía, cuando sentí que no podríamos aguardar un momento mas, intensifiqué los movimientos, volviéndolos casi insoportablemente placenteros y rápidos, Helena se estremeció al sentirme partiéndola en dos, una avalancha se formó y deshizo en  su interior, convirtiéndose en un nuevo nacimiento del Nilo y sin mas, se derramó en mi, apretando y reteniendo en su interior mi carne, impidiéndome el escape de mi prisión de músculo y fogosos líquidos, intensificando mi placer en cada espasmo y extrayéndome cada gota de vid, llevándome en segundos al espacio, a maravillarme de la inmensidad del universo para regresar con la certeza que somos seres divinos, dotados con la maravillosa capacidad de dar y recibir placer, de disfrutar de la fascinante  virtud de sentir placer.

Germán Renko @ArkRenko
Psicólogo y escritor.

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“Con las Alas en Llamas”
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Acerca de Germán Renko

Psicólogo y escritor. Autor de: «Con las Alas en Llamas» y de la frase: “Si no era Amor, era vicio. Porque jamás una boca me hizo regresar tantas veces por un beso”.

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