No todos pueden irse… y no todos quieren quedarse

Una reflexión sobre el coraje, el miedo y lo que realmente significa “poder”

Hace poco hablaba con alguien sobre mis intenciones de irme de México, y esa persona me dijo: “Hágalo, usted que puede.”
Me quedé con ganas de responderle: no es que pueda, es que quiero.
Y si quiero, entonces busco cómo poder hacerlo.

Después me quedé pensando por qué no todos “pueden” irse de su país, incluso cuando el panorama ya no ofrece mucho para uno o para su familia.
Al margen de los casos extremos —como en algunas dictaduras donde, aunque se quiera, ni siquiera se permite salir—, hay muchas razones por las que la gente se detiene.

  • Porque significa dejar familiares, amigos y todo lo que resulta conocido y seguro.
  • Porque los estudios, la carrera profesional y la experiencia acumulada a veces no valen lo mismo en otro país; revalidarlas implica tiempo, dinero y mucho esfuerzo.
  • Porque “empezar de cero” no es una frase hecha: hay que rentar, buscar trabajo, comprar un auto, adaptarse a nuevas reglas y resistir hasta encontrar estabilidad.
  • Porque los hijos —a los que se protegió en una burbuja— no sienten la misma urgencia de irse y se resisten a dejar su entorno y amistades (y uno como padre se aferra en no querer sacarlos de esa burbuja).
  • Porque aprender un nuevo idioma no solo es cuestión de gramática, sino de identidad: significa reaprender a expresarse, a pertenecer.
  • Porque los trámites de inmigración requieren paciencia, dinero y una enorme capacidad para tolerar la incertidumbre.
  • Porque no hay garantías: nadie sabe si realmente logrará salir adelante, si encajará, si será aceptado o si un día querrá volver.
  • Porque muchos temen perder su red de apoyo emocional y no saben cómo reconstruirla en otro país.
  • Porque dejar atrás a los padres mayores o enfermos genera culpa y conflicto interno.
  • Porque hay un miedo real a fracasar lejos, sin el respaldo de lo conocido.
  • Porque el arraigo cultural —la comida, la lengua, las costumbres— pesa más de lo que uno imagina cuando se está lejos.
  • Porque, aunque pocos lo admitan, hay quienes prefieren quedarse en lo conocido antes que enfrentar la vulnerabilidad de empezar otra vez.
  • Y porque muchos creen que las cosas no pueden estar peor, que aún pueden sobrellevarlas… hasta que un día descubren que ya no.

Al final, “poder” no es solo cuestión de recursos o circunstancias, sino de disposición interna.

Hay quienes pueden económicamente, pero no emocionalmente; quienes tienen pasaporte, pero no el coraje; quienes tienen la oportunidad, pero no la voluntad de atravesar el proceso completo de empezar de nuevo.

Porque “poder” implica mucho más que comprar un boleto y empacar una vida.
Implica despedirse sin garantías de reencuentro, tolerar la incertidumbre de no pertenecer a ningún lado por un tiempo, aceptar trabajos por debajo de la experiencia acumulada, reconstruir una red de apoyo desde cero y aprender a existir sin los referentes afectivos y culturales que daban sentido al día a día.

Migrar no solo es moverse de lugar, es desmantelar una identidad para construir otra.
Y eso no cualquiera puede hacerlo, no porque no tenga los medios, sino porque el proceso exige una enorme fortaleza emocional y una profunda capacidad de adaptación.

Por eso, cuando alguien dice “no puedo irme”, muchas veces lo que realmente quiere decir es “no quiero enfrentar todo lo que implica hacerlo”.
Y no está mal. No todos quieren ni necesitan hacerlo.
Pero quienes sí lo intentan, descubren que “poder” no fue una condición previa, sino una consecuencia de la decisión de querer.

Mis respetos más profundos para quienes han atravesado ese proceso.
No solo tuvieron los medios, sino el coraje, la fe y la perseverancia para enfrentarse a todo lo desconocido y salir adelante.

Ellos entendieron que “poder” no es tenerlo todo resuelto, sino atreverse a dar el primer paso aun con miedo, a reinventarse sin garantías, a confiar en que el esfuerzo de hoy sembrará la calma de mañana.

Hoy pueden mirar atrás con la serenidad de quien luchó por construir una nueva vida y decir, sin soberbia pero con orgullo: valió la pena con creces.

Espero algún día unirme a esa mirada hacia atrás.

¿Y tú? ¿Qué quieres… o qué no puedes?


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Germán

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5 respuestas a “No todos pueden irse… y no todos quieren quedarse”

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