
Esta semana me di el gusto de asistir al concierto de David Gilmour en un cine. Jamás lo había hecho y debo decir que me sorprendió, me maravilló y me tocó el alma. Y aunque no es lo mismo que estar presente en un concierto en vivo, la experiencia en sala tiene su propio encanto: una fuerza distinta, una energía íntima, un ambiente que te envuelve de otra manera.
Días antes de decidirme a ir me dije: no quiero volver a cometer el error de esperar ese “algún día” para ver en vivo a los artistas que admiro, como me ocurrió con otros que ya no están en este plano —algo que sospechosamente se parece a otras decisiones que he postergado en el tiempo.
Al salir, sentí renovado mi gusto por la música que de verdad me sacude el alma: la que me arranca lágrimas, me recarga con una energía casi divina y me recuerda que el arte, cuando es auténtico y virtuoso, tiene la capacidad de devolvernos a la vida y de ampliar nuestra percepción de la felicidad. También me quedó la certeza de que vale la pena aprovechar mejor mi tiempo en esta tierra para darme aquello que sacude el espíritu.
Quizá lo más inesperado fue el colofón de la noche: también era el aniversario luctuoso de alguien a quien quise profundamente. Sin buscarlo ni planearlo, la ocasión se convirtió en una forma de recordarla, de honrar su lucha, su característico tesón por la vida y su gusto por los pequeños placeres que apenas podía darse. Cuando David tocó Wish You Were Here entendí la coincidencia: el concierto y su aniversario, unidos en un mismo instante, como un recordatorio de que la música también es memoria y compañía. Al final de la canción le mandé un beso al cielo, acepté lo inevitable y le di las gracias por el tiempo en que iluminó con su presencia una época gris de mi vida. Y lo supe: fue una señal suya, como si desde donde esté se hiciera presente de vez en cuando en mi sonrisa.
Al salir del cine recordé a Borges: «He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz». Me dije: ya no soy ese hombre; no quiero irme de este mundo con la sensación de no haber sido feliz. Vendrán nuevos conciertos, viajes, libros, experiencias, personas. Bienvenidos sean, a complementar mi felicidad.
G.

Germán Renko
Es Psicólogo sistémico | Se especializa en Relaciones de pareja y crecimiento personal.
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