
Por dos años trabajé de maravilla con la encargada del área de ventas de uno de mis clientes, una señora de 60 años, de origen extranjero y a la que tenía que explicarle todo con mucha paciencia y varias veces porque le costaba entender tanto el idioma, como la tecnología.
Confieso que había ocasiones que me desesperaba mucho, pero luego recordaba su edad y que el español no era su idioma materno y eso me daba la fuerza y paciencia para explicarle una vez más las cosas. A su favor tenía que era muy respetuosa y cordial, y apreciaba mi esfuerzo.
De pronto, un buen día me escribió para decir que se iba de la compañía y me proporcionó los datos de quien sería su remplazo, una mujer de la mitad de su edad y de origen nacional. Desde el primer correo electrónico me desagradaron sus formas: eran imperativas, presionando y culpando a todo, menos a ella misma. Carecía de autocrítica y parecía que esperaba que el mundo funcionara exactamente como ella lo necesitaba.
No entendía instrucciones simples y tampoco captaba lo obvio. A veces, parecía que acabada de llegar de 1990, cuando el uso de las computadoras era un gran misterio para todos. Si comunicarse con ella por correo era un calvario, hacerlo por teléfono era peor; en cada llamada sentía una ganas tremendas de colgar por la tensión que me provocaba en su forma de exigir las cosas, en la desesperación que imprimía en cada frase y que me hacía sentir muy presionado, como si fuera arrastrado a un lugar que me resultaba en absoluto agradable.
Varias veces estuve a punto de “dejar ir” al cliente, incluso rechacé un nuevo trabajo solo por no querer lidiar con la nueva encargada. Sabía que mi tranquilidad mental iba a estar a prueba cada semana y no deseaba sentir esa presión constante y la sensación de estar lidiando con un puerco espín en cada interacción, me incomodaba en especial su tendencia a no aceptar responsabilidad de nada y el poco análisis sobre lo que le explicaba.
Un día llegó una nueva empleada a hacerse cargo de esa misma área de trabajo y pasó a ser mi nuevo contacto. Desde el principio me di cuenta que sería muy fácil de sobrellevar, entendía fácil las instrucciones, se llevaba bien con la tecnología y la comunicación era fluida, era propositiva y tenía habilidad para comunicar sus necesidades de una manera clara y respetuosa, todo era alegría para mí.
Estuvimos en contacto por varios meses y conforme pasaba el tiempo sus correos eran cada vez menos frecuentes, esto debido a que una vez recibida la capacitación inicial y haber adquirido experiencia en su puesto no requería más de mi servicio de asesoría. De vez en cuando llegaba algún mensaje de soporte, al cual le daba respuesta y rápidamente se cerraba el caso de soporte. Definitivamente, era el tipo de usuario con el que mejor trabajaba.
Hasta que otro día como cualquier otro, llegó un nuevo correo electrónico solicitándome asesoría y para el cual acordamos cita remota. El día de la conexión estaba platicando por el chat cuando mi interlocutora me dijo que la chica que estaba en el puesto había renunciado, esa con al que me había entendido tan bien.
Mi interlocutora me dijo que ella era la chica con la que había tratado unos meses atrás, justo la que me ponía los pelos de punta y me desquiciaba proporcionarse asesoría. Luego, cuando estaba preparándome para mi calvario, llegaron las siguientes palabras en el chat que acomodaron todo en su sitio y me hicieron sentir un balde agua fría sobre el rostro: “No me llevo bien con la tecnología, soy Autista”. Ahí lo entendí todo.
A partir de ese instante me esforcé el doble por hacerme entender y por no molestarme de nuevo por sus formas y sus modos. Por tenerle paciencia y repetirle las veces que fuera necesario y las formas que hiciera falta hasta que pudiera entender lo que le explicaba. Aquella mujer no era una persona grosera y cerrada de cabeza, era un ser humano con un desorden cognitivo que le dificultaba el uso de la tecnología, hablar por teléfono y observar las formas sociales, actividades que para la mayoría son naturales.
Me acordé de Alejandra, mi querida amiga @histcotidianas, de como se negaba siempre a hablar conmigo por teléfono y prefería la comunicación por mensajes y que a sus cuarenta y tantos años se enteró de su autismo y de cómo las miles de dificultades que había tenido en la vida antes de ese diagnóstico se habían acomodado en su cabeza y habían sido explicadas de adelante hacia atrás. Así sucedió conmigo, entendí la desesperación de la chica al recibir soporte y su comportamiento en general. Muy dentro de mí, sentía vergüenza, a pesar de mi formación profesional, no había detectado las señales de autismo. Me decía a mi mismo que mi área profesional no estaba enfocada en los desordenes cognitivos, que el escaso contacto por teléfono y los mensajes por correo no eran suficientes para pensar en una neurodivergencia, pero a pesar de todo, seguía sintiendo pena.
Esa es la razón por la cual he hecho este artículo, para expiar un poco mi pecado y llevar algo de conocimiento con base a mi experiencia. Sirva de disculpa, arrepentimiento y compromiso de mi parte para actuar distinto en el futuro. Nadie está exento de juzgar desde sus propios parámetros y equivocarse respecto a quienes tienen otros.

¿Por qué a las personas Neurotípicas (“normales”) les cuesta trabajo entender la conducta y comportamiento de las personas con autismo (Neurodivergentes)?
Imagina que cada persona tiene su propio «manual de usuario». En el caso de las personas neurotípicas, siguen un manual bastante común que les ayuda a entenderse y relacionarse entre sí. Este manual tiene muchas pistas sociales, como expresiones faciales, tono de voz y gestos que todos reconocen y usan naturalmente para comunicarse, las cuales se extienden a la comunicación en todos los medios, como pueden ser los mensajes de texto y llamadas telefónicas.
Ahora, piensa en las personas autistas como teniendo un manual diferente. Sus pistas sociales son un poco distintas o a veces pueden parecer ausentes. Esto puede hacer que para alguien con el manual «normal», entender las señales de alguien con un manual diferente sea un poco complicado. Es como si estuvieras leyendo un libro en otro idioma sin conocer las reglas gramaticales de esa lengua.
Entender la conducta y comportamiento de las personas autistas requiere un poco más de esfuerzo y comprensión de esas diferencias en el manual de usuario. Algunas personas pueden tener más dificultades para adaptarse a estas diferencias, mientras que otras pueden aprender a comprender y aceptar las distintas formas de comunicación y expresión de las personas autistas. En resumen, se trata de comprender y respetar las diferencias en la forma en que cada persona se relaciona y se comunica con el mundo.

Germán Renko @ArkRenko
Psicólogo y terapeuta de pareja.
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