Con las Alas en Llamas

El rincón prohibido – segunda parte


El rincón prohibido – Segunda parte

Extracto de «Con las alas en llamas 3a Edición».

«Hay placeres más fuertes que cualquier principio

ese es el final de la resistencia a cualquier vicio.»

Sería una mentira de proporciones monumentales afirmar que nada cambió después de nuestra noche de aniversario. En realidad nada volvió a ser igual, ni dentro ni fuera de la cama. En las semanas siguientes, en mi cabeza repicaban los ruidos de mis orgasmos en la habitación del hotel, a los que se unían las imágenes mentales de la barba de mi marido y su lengua mientras subía y bajaba entre mis nalgas o la vivida sensación de sentirlo doblemente en mi interior. La puta en mi cabeza no se cansaba de disparar: «¡Se los dije, se los dije que caeríamos!», seguido de sus carcajadas descaradas y triunfales, como si fuera un hecho que las murallas de la gran ciudadela habían sido derribadas.

La verdad es que bastaba que atrapara la mirada de mi marido sobre mis nalgas para adivinar lo que pasaba por su mente y sentir lo que ese conocimiento producía entre mis piernas era signo inequívoco que nada sería lo mismo entre nosotros. Pero si antes fue paciente, ahora parecía un testigo de Jehová a la espera del regreso de Jesucristo. Al decir esto, la puritana en mi cabeza me ha sentenciado al infierno, ya no sé si por lo que dije o por lo que las mujeres en mi cabeza sabemos que, más temprano que tarde, va a suceder. ¡Oh sí!, nos queda claro que la siguiente vez, no será solo un dedo lo que se encargue de profanar ese rincón sagrado, que de sagrado apenas le queda el apodo. En parte, estoy molesta conmigo por haber permitido que sucediera, digo, en qué rayos estaba pensando. En nada en realidad, en ese momento no pensaba, solo disfrutaba y me dejaba llevar por las cantidades industriales de placer que recorrían mi anatomía; ni siquiera puedo culpar al alcohol. Luego me mofo de mi misma, porque de haberlo podido impedir, ¿lo habría hecho?, la respuesta es un tímido «no».

Lo curioso es que después del aniversario hemos tenido relaciones sexuales en varias ocasiones y mi querido esposo no ha dado muestras de desear intentarlo de nueva cuenta o planear otra escaramuza. Habría pensado que estaría como niño con juguete nuevo, deseoso de usarlo a cada rato. Quizá no le gustó o no fue tan excitante como lo imaginaba. Me intriga la ausencia de señales, a no ser por las miradas, juraría que se le olvidó la forma cómo me hizo gritar esa noche o las marcas que dejaron mis uñas sobre su espalda. Si los hombres supieran lo rápido que se llena de dudas la cabeza de una mujer, la colmarían de Amor más seguido para evitarle el rompecabezas mental.

También me siento apenada, con él, conmigo misma y con mis principios. Al día siguiente, mi cara se ponía colorada como tómate nada más recordar que se había atrevido a poner su dedo ahí dentro, justo en el lugar menos puro de mi cuerpo. Me quería morir, entre la picardía y la vergüenza. «¡Ya cállate!», me dijo la descocada en mi cabeza, a lo hecho, pecho.

Esta mañana, antes de marchar al trabajo, me dijo, con esa voz de cerrajero que usa cuando quiere asegurar la respuesta: esta noche te quiero para mí solo, haz los arreglos necesarios. En otras circunstancias me habría reído para disimular los nervios, pero mis libélulas oscuras hicieron tanto revuelo por debajo de mi cintura que apenas atiné a mirarlo con ojos de gacela sorprendida por el inconfundible rugido de un guepardo. Debió ver los ojotes que puse porque soltó una carcajada estentórea y cerró la puerta en mi nariz después de morderme los labios con un beso entre demandante e intenso.

¡Maldito!, ahora no me cabe duda que no olvidó detalle alguno de nuestra noche de aniversario. Incluso estoy segura que esa falsa sensación de tranquilidad era solo una estratagema para distraerme. Ni el Amor, ni el sexo son las mejores armas de manipulación de un hombre en una mujer, son el dinero y el silencio. Porque todavía no conozco una mujer que no se enamore de un Christian Grey que le cumple sus fantasías de viajar por el mundo, comer en los mejores restaurantes y vestirla de joyas y ropa hermosa. Cuántas luminarias he visto expresar en las revistas de farándula: «Es el hombre con el que había soñado toda mi vida» y el tipo es millonario, además que antes de proponerle matrimonio la llevó de viaje por medio mundo y la llenó de regalos y atenciones que solo el dinero puede comprar. Seamos sinceras, a la mayoría de las mujeres nada nos hace volar tanto como el cuento de hadas y el primer requisito es que el protagonista de nuestra historia sea un príncipe… con un reino e infinidad de cofres repletos de oro guardados en el castillo. Claro que lo queremos romántico o que lo intente, que tenga buen corazón y de ser posible que no esté tan feo, pero lo primordial para querer vivir a su lado es que nos brinde seguridad.

En cuanto al silencio, si los hombres supieran el efecto que tiene en nosotras que sepan guardar silencio y reservarse sus pensamientos, desatarían en nuestras cabezas los peores tormentos mentales. Porque basta que se queden callados en el momento preciso para que alrededor de su silencio elaboremos las teorías conspiratorias más disparatadas y lleguemos a las conclusiones más alocadas de nuestra existencia solo porque el tipo de los brazos tatuados no llamó por teléfono cuando dijo que lo haría; el dueño de nuestros suspiros no dijo algo cuando le soltamos ese «te amo» en medio de un beso o se le fueron las palabras justo cuando confesamos nuestros peores temores o los más secretos anhelos; Con ese silencio inoportuno o aplicado con maestría es suficiente para que nuestra propia mente se encargue de ponernos de rodillas o darle en charola de plata justo aquello que el hombre menos imaginaba iba a conseguir o lo contrario, que arda Troya, sin que el pobre tenga idea de qué desató la guerra.

Mi adorado tormento, mi príncipe moderno que trabaja el día entero para mantener el reino que puso a mis pies, con su silencio en las últimas semanas consiguió que solita tomara consciencia que mi cuerpo y su rincón prohibido le pertenecen por completo. «Ave Maria purísima, sin pecado concebida», fue la única reacción de la monja en mi cabeza y el silencioso presagio se extendió entre mis mujeres.

Por tiempo limitado, incluye dedicatoria y firma del autor.
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(No incluye dedicatoria ni firma)

Acerca de Germán Renko

Psicólogo y escritor. Autor de: «Con las Alas en Llamas» y de la frase: “Si no era Amor, era vicio. Porque jamás una boca me hizo regresar tantas veces por un beso”.

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