EL RINCON PROHIBIDO
El último reducto de virtud de una dama.
Primera parte.
“Nadie sabe, solo tú, cuánto disfruto que profanes ese rincón tan mío, tan secreto, tan prohibido, tan ceñido… y tan tuyo.”
Tengo ganas de cogerte como nunca te he cogido, me dijo. Al escucharlo, sentí el aleteo de mis libélulas oscuras bajo el vientre. Su voz en mi nuca tiene el efecto de la luna en los lobos, consigue despertar mi lado salvaje y alertar mis sentidos con solo un sucio susurro. Después de haberlo hecho por años y cientos de veces, en las azoteas, entre las sábanas, en las cuatro estaciones, en las escaleras, sobre cualquier superficie, bajo la lluvia y la regadera, en la playa y mar adentro, en casas propias y ajenas, en los tres modelos de coches que pasaron por el garaje, en el cine y en la escuela, en su oficina y en la mía, en elevadores, parques, aviones y estadios; contorsionados en todas las posiciones inventadas, domesticados en la comodidad de las preferidas, temerarios bajo el efecto del alcohol o de kamikazes al fragor de las reconciliaciones. Vestidos, desnudos y disfrazados. Enfermos, débiles y agotados. Al tope de la pasión y el deseo, arrullados entre la ternura y el Amor. Nos habíamos fundido en un solo ser tantas veces como está permitido a las parejas que han elegido vivir bajo el mismo techo y cobijarse con el mismo Amor. Nuestros labios y lenguas nos conocían los cuerpos de pies a cabeza, sin embargo, había una combinación sin probar, una puerta que permanecía cerrada bajo siete llaves. Lo llaman el rincón prohibido, la perdición de Sodoma, es el último reducto de virtud en una dama.
Recuerdo la primera vez que sus dedos acariciaron mis nalgas en esa forma perversa que no dejaba lugar a dudas sobre sus verdaderas intenciones. Sus manos cálidas como un motor encendido presionaron mis montes para abrirlos en forma suave y natural, como quien no tiene otra opción que abrir un libro para conocer su contenido. Su boca se acercó a mi oído, lamió y chupó mi oreja con calma premeditada, luego metió su lengua entre los pliegues de cartílago y al final, cuando mis paredes escurrían por su culpa y mi cerebro estaba en el limbo, susurró con esa voz maldita de navaja en la oscuridad —Algún día, esto –apretó con firmeza mis nalgas — estará listo para recibirme. Mi oído estaba empapado de su saliva, mis labios dilatados de deseo, tenía los pezones como puntas de alfiler, sentía una corriente de excitación y temor subiendo por mis muslos, pero el centro de aquello que presionaba con ambas manos se pertrechó a sí mismo, comprimiéndose a modo de defensa. Una alarma estruendosa sonó en mi cabeza y dio vida a una frase que se anudó en mi garganta. No, señor barba de cerrajero, eso jamás lo consentiré, dije para mí misma, pero mis piernas tambaleantes se burlaron de mi determinación. ¿En verdad creía que podría negarle algo a ese hombre?
Debo decir, en su defensa y en descargo de mi inclemencia, durante el tiempo que duró su asedio fue paciente, discreto y en especial, astuto. Sus armas jamás fueron la presión, la demanda o el chantaje, Por el contrario, no necesitaba ponerlo en palabras para hacerme saber la determinación de sus deseos. Era evidente su atracción hacia mis curvas disimuladas bajo una falda o delineadas por un pantalón ajustado, ni siquiera necesitaba sorprender sus ojos clavados sobre mi trasero, aún ocupada o distraída podía sentir la intensidad de su mirada como si fuera el calor de una lámpara que apuntaba hacia esa parte de mi anatomía. Confieso que sentía un placer embriagante ante la sensación de tal poder sobre sus deseos, intuía que podía tenerlo hincado a mis pies con solo insinuarle que estaba considerando la idea de darle posada a su piel inflamada. Lo notaba también en su devoción de santo para acariciar mis formas, con el movimiento suave, oscilatorio y sin prisa de las yemas de los dedos o en esa forma tortuosa de arrastrar su miembro por la línea que divide mis nalgas, sin intentar más nada, un caminante inocente con rumbo a otro destino. Cuya llegada oportuna mi sexo se la agradecía, se entregaba a su punta con vehemencia, recibía el tronco completo entre sus paredes ardientes y diluidas, lo oprimía con fuerza para hacerle olvidar la existencia del otro refugio, lo montaba como a un potro salvaje, lo sacudía como muñeco de hule de un lado a otro sin temor a romperlo o separarlo de su base y al final del encuentro, lo exprimía hasta dejarlo sin fuerza ni energía, caído como soldado en el campo de batalla, reposado como pajarillo somnoliento en una orilla del nido, en el pubis de su dueño. Lo amaba por el respeto absoluto a mi negativa y lo admiraba más por su empeño irreductible de afectar mi determinación. Aunque me dejaba ganar batallas a las que sabía perdidas de antemano, él percibía en las reacciones de mi cuerpo que no estaba listo para dar el sí, ambos sabíamos que peleábamos la guerra de los mil años y habían transcurrido suficientes para conocer nuestras fortalezas y debilidades. El apostaba a hacerme caer en la tentación de sus placeres y yo me aferraba con estoicismo a mis principios, mis miedos y argumentos. Era una guerra con más de un frente, no solo era mi cuerpo el que debía resistir sus escaramuzas, su inagotable arsenal de recursos en la cama, su increíble habilidad para hacerme perder la noción del tiempo y el espacio bajo el hechizo ardiente de su boca, el descaro de sus dedos y su acorazado de acero con el que conquistaba mi ciudadela a su antojo y conveniencia. Otra lucha sin cuartel tenía lugar entre todas las mujeres que habitan mi cabeza. La señorita bien educada levantaba en alto su manual de niñas bien, con su índice de principios en orden alfabético, listos para usarse según la ocasión. Un capítulo exclusivo y abundante en detalles para cada una de las historias escuchadas sobre mujeres que habían perdido la ultima trinchera de su virtud ante el capricho y perversión de un hombre. Charlas confidenciales de amigas que habían tenido experiencias traumáticas y terroríficas. Un apéndice de prejuicios y tabúes redactado por las mujeres de su familia, la religión, el miedo y la ignorancia. Si la señorita bien educada era impresionante en sus monólogos defensivos, no lo era menos la puta irreverente con sus recursos de ninja. Les lanzaba dardos cargados de veneno imposibles de evitar a las otras mujeres en mi conciencia: ¿se acuerdan cuando decían que nunca iban a chupar una verga? Ahora lo hacen con la habilidad de una prostituta y la desesperación de una ninfómana. Porque saben que el placer del sexo está no solo en recibir, sino también en dar. Vaya que disfrutan tener a esa bestia salvaje entre los labios, con la lengua de forro para hacerla suya, domarla, apaciguarla, levantarla, desquiciarla, chuparla hasta dejarla seca y desguanzada. ¿Qué me dicen de la corriente de adrenalina y placer que se siente al coger en lugares públicos o prohibidos? También juraban que nunca se atreverían a hacerlo y bien que ahora son capaces de venirse en cuestión de minutos sin otro preparativo que la sensación de peligro y la ayuda de un par de dedos como escuderos para un miembro combativo y arriesgado. ¿Van a negar que ese hombre sea la mezcla ideal de un caballero y un patán en la cama? Que lo mismo lame con dulzura y sabiduría, que nalguea, muerde y pellizca como si nuestro cuerpo fuera su esclavo. ¿Quién había sido antes capaz de darnos múltiples orgasmos? ¿Quién había logrado hacernos venir vez tras vez sin dejarnos insatisfechas o mal atendidas? ¿Con quién habíamos sentido la confianza ciega para dejarnos atar a una cama o tener sexo en los lugares más inusuales? No se engañen, con él somos algo más que princesas o reinas, con este raro espécimen nos sentimos diosas, amazonas y putas descaradas. Esto no es cuestión de si vamos a caer o no, sino de cuándo será y cuánto placer nos espera en esa primera vez que nos la meta por el culo.
Confieso que me sentía horrorizada cuando escuchaba sus voces en mi cabeza, como si esas mujeres tan distintas entre ellas existieran de verdad en mi mente. Sabía que cada una de ellas no era otra cosa que un fragmento de mi personalidad. Lo que para un hombre resultaría agotadora la tarea constante de mantener su atención en un grupo de mujeres que no hacía otra cosa que hablar, discutir, tomar decisiones, cambiar de opinión y de tema como cambia de dirección una esfera de pinball, es decir sin tregua ni medida, para mí era el pan de todos los días. Una característica que las mujeres aprendemos desde niñas. Mis mujeres encarnan a mi ángel guardián, la esencia de mi mamá, mi mejor amiga, la dama sensual, mi niña interior y hasta la loca que reside en cada mujer, mi parte oscura en la que descansan mis manías, compulsiones y obsesiones vergonzosas; ella también tiene su espacio bien merecido y necesario en mi galería de personalidades.
Pero más allá del fuego cruzado de mis mujeres y por encima del ruido generado por su desquiciante intercambio de argumentos, había que reconocer un hecho irrefutable. Ese hombre no se había limitado en perturbar mi vida y hacerse de mi cuerpo, sino que se había vuelto parte de mi existencia, ahora era mi amado esposo, mi mejor amigo y mi fiel amante. No había sido mi primer hombre, pero lo había sido en muchos sentidos, era mi guía incansable, mi iniciador en los caminos más placenteros del cuerpo. Confiaba en su experiencia y cariño, adoraba su creatividad en el sexo y le había entregado gustosa no solo la piel, sino el corazón y el alma. Por ello, a pesar de sentirme segura de mí misma y capaz de resistir su asedio de forma indefinida, luego me asaltaban otro tipo de dudas y remordimientos. ¿Acaso me creía la encarnación de la pureza para no conceder un simple capricho sexual al hombre de mi vida? ¿Sería capaz de ser tan egoísta para negarle incluso una sola oportunidad de demostrar cómo esa parte de mi cuerpo escondía inquietantes y exquisitos placeres? ¿Cómo podía olvidar o negar las atenciones que sus dedos y lengua, en el paroxismo de nuestra pasión, habían prodigado a mi lugar sagrado? ¿Seguía siendo siquiera virgen después de…? Cerré los ojos, excitada de recordar una noche en específico, aquella maravillosa y desordenada noche de aniversario.
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Los dedos de aquel hombre caían uno tras otro en el momento justo y el lugar indicado, con cada movimiento de sus manos decenas de mujeres sentían que se abría y extendía un túnel de humedad para conectar el nacimiento de sus muslos con su alma, así de vibrante era su virtuosismo. Yo no era la excepción, el calor de mi piel se había sintonizado de inmediato con los sonidos producidos por el caballero de sienes plateadas y delgadez de papel, muy a la Agustín Lara, como si la estructura de carrizo fuera impositiva para todos los pianistas. Por un momento, el pensamiento de que aquel lugar era una emboscada para mujeres cruzó por mi mente, imaginé que sus respectivos acompañantes contaban con el efecto cómplice del piano para sus planes de seducción y no me importó en absoluto, ¿a quién le va a molestar ser tratada como una reina antes de llevársela a la cama? A mí no, de hecho ese era el final esperado para aquella noche en que habíamos ido a cenar a un restaurante italiano con la intención de celebrar nuestro aniversario de novios, el día en que extraoficialmente, mi marido y yo habíamos pasado del coqueteo a la acción de un beso. Nunca me pidió ser su novia, los hombres como él, no necesitan de palabras para dejar claro que sus intenciones van en serio. Le dije que sí a todo con ese primer beso y así inició la tradición de celebrar nuestro aniversario de novios con un evento especial y después cerrar con broche de oro en la comunión de nuestros cuerpos.
La cena servida esa noche fue tan especial como la ocasión, de un gusto fino y selecto. Entre charla y coqueteo, dimos cuenta de una delicia de crema de espárragos, una ensalada mediterránea y una pasta con pollo y diversas especias mezcladas, tan exquisita al paladar, que de no tener haber tenido una copa de vino blanco a la mano, mi favorito, habría intentado descifrar la receta. Bromeamos acerca del banquete y el posible efecto de su abundancia, a lo que él me respondió mirando directo a mis ojos con esa forma descarada y de doble sentido que me ruborizaba de toda la vida: “la noche es larga, querida, tendremos tiempo de sobra para el postre”. Quizá si no hubiera acompañado esas palabras con una lenta excusión de su pie por entre mis pantorrillas, no habría causado una explosión de burbujas tibias en mi interior y en cambio habría soltado una carcajada por su comentario. Pero hasta con mi ejército de mujeres guardado en un armario de mi cabeza me resultaba imposible concentrarme en otra reacción que no fuera disfrutar sus insinuaciones y su cosquilleo en un punto lejano a mi exterior. Me parecía increíble que después de tanto tiempo juntos, aún se esforzara por seducirme, por ganarse hasta el más breve de mis besos y ocasionar la más fugaz de mis reacciones. Pero así es este hombre, quizá en eso radica su inevitabilidad, es imposible decirle que no cuando se empeña y se aplica en conseguir lo que ante sus ojos es imprescindible.
¿Les dije que aquel restaurante era una trampa para mujeres? Las luces bajaron su intensidad en el área cercana al piano, como atraídas por un mismo conjuro, varias parejas se dieron cita para balancearse en armonía de un lado a otro al compás de las suaves melodías ejecutadas por el hombre de los dedos de palillos chinos. Tampoco en eso fuimos la excepción y nos reunimos con el grupo de parejas. Para esa hora el vino blanco hacía estragos en mí. Sin mucha resistencia, mi conciencia cedía el control a una de mis mujeres, a la más peligrosa de todas mis personalidades, la impulsiva y descocada. Estaba abrazada al lado de mi hombre y por si fuera poco, en compañía del alcohol.
Recuerdo que bailamos hasta que mis pies quedaron satisfechos y mis oídos estuvieron plenos de escuchar su voz caminando por sus callejones. Me habló de la serie de coincidencias que hicieron posible encontrarnos en el lugar menos probable en la ciudad en la que vivíamos y en la única noche que ambos habíamos asistido por primera vez. Su tono era quedo y pausado, a ratos nostálgico, pero sin exagerar. Me preguntaba cómo rayos hacía para llevar el ritmo de la música, hablar en mi oreja y acariciar mi espalda con dos yemas cálidas y oscilantes, todo al mismo tiempo y sin restar atención a cada actividad. Supongo que es una habilidad muy útil y necesaria para lograr distraer a una mujer como yo, a sabiendas de su capacidad para poner atención en varias cosas a la vez. En algún momento del baile recordó la ocasión que estábamos tan borrachos y cachondos que no nos importó tener sexo a media madrugada en las escaleras del edificio en el que yo vivía siendo aún soltera. Con vergüenza y risa, tapé un grito en mi boca cuando me recordó el bochorno que sentí cuando una vecina que también regresaba tarde a su casa nos sorprendió pegados en el pasillo como perros en celo. Por suerte (o conveniencia), esa noche usaba vestido y me quedé recargada sobre él, muy apacible y disimulada como si nada pasara, como si mi novio solo me hubiese estado abrazando por la espalda, mientras que oculto a los ojos de la sorprendida mujer, sentía, apretaba y acariciaba en mis entrañas el palpitar de su carne húmeda. Caí en cuenta de su malévolo plan, una mujer puede fingir ingenuidad, pero capta perfecto cuando su acompañante induce la conversación con fines turbios y perversos. Cuando es la compañía ideal, nos encanta, nos incita y nos resulta halagador dejarnos llevar; esa noche, sin duda, era una de esas ocasiones, me tenía en el punto que él deseaba y con gusto me dejaría llevar con los ojos cerrados por los rápidos del río de la seducción, con rumbo seguro hacia una cascada. Mordí mi labio inferior, estaba excitada ante el posible acecho de sus labios en mi cuello o el contacto de su muslo con los míos, cualquier movimiento era posible con él y a mí solo me importaba sentirlo.
Reconozco que en cuestión de sexo no muestro mucha iniciativa, pero lo compenso con una dedicada cooperación en las actividades que emprende mi acompañante. A veces me pregunto por qué el destino se aferró a juntarnos, siendo tan distintos en la cama. Pero esa noche no estaba para esas interrogantes, mi papel a desempeñar era claro y especifico, solo debía dejarme llevar en forma natural por los acontecimientos, aportar mi dosis de besos y caricias en los momentos precisos, sobre todo disfrutar el esfuerzo de mi pareja por elevarme del suelo. Creo que es un rol para el que cualquier mujer está capacitada para representar, nuestra naturaleza es de arcilla y en las manos de un buen artesano es fácil tomar la forma de diosas del sexo o amazonas al galope.
Una vez leí que los semáforos se inventaron para que las parejas se besaran dentro de los coches, a decir verdad, la imaginación del que escribió aquello se quedó corta. Las mujeres tenemos un fetiche con las manos de los hombres, no sé con exactitud qué es lo que más nos atrae de ellas, si la fuerza que representan, su naturaleza ruda y tosca en comparación con la nuestra, que es delicada, lisa y sin vello, o quizá es la percepción de aquello que el dueño es capaz de hacer con ellas. Mi hombre tiene las manos tal como me gustan, ¿coincidencia? no lo creo. A pesar de estar al tanto del cliché, muchas veces me sorprendo admirando, desde el asiento del copiloto, a su mano derecha sobre el volante o incluso provocando de manera inconsciente que se aleje de su tarea. A la mayoría de los hombres es muy fácil sembrarles una idea de naturaleza sexual, basta un movimiento discreto que recorra un milímetro la tela del vestido y si es atrevido, sin falta, pondrá su mano sobre el muslo descubierto para acariciarlo. Algunos hijos del sol no se limitan con esa actividad y van más allá de una caricia. Las luces rojas de los semáforos se inventaron para que las manos de los hombres besen labios dentro de los coches. Las manos de mi pareja no solo besan, sino que tocan melodías tan suaves y estremecedoras en mi cuerpo como lo hacían las manos del pianista sobre el teclado en el restaurante. Cierro los ojos, separo las piernas, qué conveniente resulta haber escogido un vestido, disfruto sus dedos de pianista de pieles. Escucho a lo lejos a la puritana golpear la puerta del armario en el que está encerrada en mi cabeza. Confío en el talento de él para hacer múltiples tareas a la vez y llevarnos a puerto seguro por las calles de la ciudad, mis ojos siguen cerrados, nada me distrae de la percepción de su mano entre mis piernas. Él maneja el coche con habilidad y me manipula a mí con la misma pericia que hace girar el timón, avanza lento, oprime suave el acelerador de mi cuerpo, primero un dedo, luego dos y cuando la humedad lo abruma inserta tres dedos que son estrangulados de inmediato por mis muslos, es demasiado estimulo y necesito contenerlo, gimo y me retuerzo en mi lugar, estiró a ciegas la mano hacia su regazo, ¿dije que no muestro iniciativa en el sexo? este hombre es capaz de despertarme hasta las ideas de combatir fuego con fuego. Suelta ambos pedales, el de caucho y el de piel. El coche se detiene y mi cuerpo es liberado de súbito por su operador. Debí imaginar que sus intenciones no eran tan buenas, maldito, me ha dejado a la orilla del orgasmo y chapoteando entre mis ganas, resulta obvio que no desea perdérselo detrás de un volante. Abro los ojos, estamos entrando por el estacionamiento de un hotel de lujo, esta es una sorpresa, creí que regresábamos a casa, a mi niña interior le encantan las sorpresas, le tapo los oídos para que no escuche el comentario de mi puta interior acerca de lo que me espera en la habitación.
Hace meses le comenté sobre uno de mis deseos sin cumplir, admirar la ciudad desde la parte más alta posible y si acaso pudiera ser de noche sería perfecto. Me encanta su buena memoria para los detalles, sé que estar en el último piso del hotel más alto de la ciudad no es coincidencia, es su estilo. Como suele exclamar con una copa de tinto en la mano: Si no somos capaces de cumplir los caprichos de una mujer, no merecemos que nos ame. En este instante lo amo, con cada fibra de mi ser.
En la habitación nos espera una botella de champaña fría, hay una charola con bocadillos y un gran ramo de rosas rojas en el centro de la mesa. Las luces son tenues, las cortinas están abiertas y ante nuestros ojos están miles de luciérnagas que hacen de focos por todos los rincones de la ciudad. Es un espectáculo increíble, me siento afortunada y la emoción es tan intensa que una lágrima se perfila en mi ojo derecho. Ridícula, grita la loca por una ventana de su propio encierro. Menos mal que las encerré a todas, no las imagino libres en mi cabeza entorpeciendo mi aniversario. Él toma mi mano para acercarme a su pecho, con el índice levanta mi barbilla y besa mis labios sin decir una palabra, después los aleja y me ofrece una copa de la burbujeante bebida. Siento que parezco colegiala, no sé qué hacer o decir, así que guardo un conveniente silencio, me limito a sonreírle, sin pensar en nada y a esperar su siguiente movimiento que no demora. Me lleva de la mano junto a la ventana, quizá para darme oportunidad de observar embobada el titilar infinito de luces, lo cual hago por instantes mientras lo escucho que programa música instrumental en el aparato de sonido, también ha apagado las luces y siento que se aproxima de nuevo a mi lado. Suspiro, parece que tiene todo bajo control. Quizá por eso nos acercó el destino, a él le gusta disponer y yo adoro que disponga de mí. Sus labios están helados, debe haber bebido champaña en su camino de vuelta, posa su boca sobre mi nuca y la besa, los vellos se erizan de inmediato ante el estimulo frío que pasa rápido a caliente, su aliento entibia mi piel, mis pensamientos se desconectan y no me importan más las luciérnagas de la ciudad, ni estar doscientos metros más cerca del cielo, estoy con él es lo único que vale.
No recuerdo en qué momento quedé en ropa interior al lado de la ventana, supongo que es parte de la magia que hacen sus manos cuando recorren mi cuerpo, sus dedos se movían ondulantes por mis caderas, la cintura y mi espalda, calentándolo todo, sin respetar jerarquías, lo mismo acariciaba mis nalgas que rozaba mi vientre y coqueteaba con la tela encima de mi pubis que resguardaba una fuente de aguas tropicales. Su boca besaba mi cuello, marcaba con su saliva ardiente cada lugar visitado y dejaba un rastro de piel irritada por su barba y bigote, yo me limitaba a mantener los ojos cerrados, las manos apoyadas en el vidrio y las piernas lo más firmes posibles para resistir la carga de su arsenal. Su boca cambió mi garganta por los hombros, después por escaladas cálidas por la espalda, seguidas por un descenso de besos en trote hasta la tela de mis bragas. Traté de adivinar la siguiente caricia, tal vez un beso en mis nalgas, me equivoqué, por el contrario las ha mordido en diferentes puntos, siento las piernas flaquear, la sensación de los vellos de su barba por encima de mis bragas es inquietante, abro las piernas de manera involuntaria. Sus dedos aprovechan la ocasión y suben por mis muslos, cada vez más arriba, hasta llegar al centro de calor que es mi sexo. Sus dientes continúan mordiendo mis montes, mojando la tela de mi ropa interior, sus dedos serruchan el triangulo apretado de mis bragas, escurro miel por todos lados. Qué delicioso placer sentir sus caricias expertas manipulando mi cuerpo, quiero más, levanto mis nalgas, si eso no cuenta como iniciativa, no sé qué lo es. Este hombre sabe de señales, las conoce al dedillo. Levanta la tela de mis bragas y me penetra con dos dedos, gimo y me revuelvo, ya no soporto estar de pie, quisiera concentrarme solo en sus caricias. Sus dedos entran y salen de mi sexo, los siento embardunados de mis jugos, a mi nariz llega su aroma inconfundible, lo escucho chuparse los dedos, es un cochino de lo más sexy.
El sonido de una nalgada es seguido por el dolor repentino, pero conocido en mi anatomía, mmm, qué rico cambio de ritmo, quiero más digo en mi mente, golpéame otra vez, maldito, a ver si te atreves, parece que me ha escuchado, siento de nuevo el escozor en mi otra nalga, los cinco dedos de su mano han de estar pintados sobre ella. Los dedos de su otra mano parecen garfios aferrados por dentro de mis entrañas, tallan, horadan, giran y revuelven mis jugos. ¿A qué hora empezó el sexo salvaje? Qué más da, no quiero que pare, quiero llegar al paso siguiente. Trato de captar el sonido de su cinto al desabrocharse o la cremallera al bajar, ninguno llega. Pero siento cómo mis bragas se deslizan hasta mis tobillos, abre todavía más mis piernas y siento el calor de su boca sobre mis nalgas, creo que podría venirme tan solo con esa sensación ardiente recorriendo mi piel. Su barba me roza de pronto, un error de calculo, qué rico dolorcillo. Un remolino caliente se posa sobre mi piel, me parece, no, estoy segura es su lengua que lame, que gira, que talla, ¡Dios! Qué salvaje es para lamer, mi sexo es un volcán y ni siquiera lo ha tocado con su lengua, aunque pareciera que está ahí bebiendo sus aguas. Sus manos se aseguran de mantener separadas mis piernas, ¿qué va a hacer? ¡Oh, Dios bendito! Está… está…está lamiendo entre mis nalgas, condenado, ¿quién le dio permiso? Ya sé, los hombres como él no piden permiso, se limitan a pagar las consecuencias. Las suyas serán ponerme en tremendo estado de leona en celo y hacerse cargo del instinto que acaba de despertar. Mis caderas se mueven desesperadas de un lado a otro, mis manos sudan sobre el cristal, quiero más, lo quiero a él dentro de mí, quiero su carne enterrada, quiero sentarme sobre ella y darle una sopa de su propio chocolate. Pareciera que me tiene encadenada a esta ventana, sé que podría retirarme tan pronto lo quiera, pero no quiero. Mi cuerpo es arcilla entre sus dedos, puede darme forma de diosa, amazona o puta. ¿Para qué le das ideas? Me desdigo de inmediato, mi rincón sagrado está empapado de su saliva, ¿cómo terminó lamiendo ahí? No importa, que no pare, quiero su lengua estacionada ahí, escarbando descarada por mi botón de pliegues. Me duelen los ojos de apretarlos para mantenerlos apretados, me da miedo abrirlos, sé que lo que veré se quedará grabado para siempre en mi memoria. Me sobrepongo al temor y abro los párpados, arrodillado detrás de mí está un hombre maduro, de barba negra y hebras plateadas, su boca pegada a mis nalgas, sus dedos penetrando mi vagina, nos veo en blanco y negro; a punto de venirme, cierro de nuevo los ojos, me dejo llevar por la corriente del primer orgasmo.
Aún estaba flotando en las aguas del primer éxtasis, con el deseo de más, cuando su mano me conduce hacia el centro de la habitación, abro los ojos por el temor de caer y hacer el ridículo. ¿En qué momento se ha quitado el pantalón? En definitivo, me hace perder la noción del tiempo. Está desnudo y sentado en una silla, imponente en su virilidad, que apunta hacia mí como la amenaza de un toro moreno ¿será que espera las atenciones de mi boca? Creo que no, me jala hacia él, una vez mas separa mis piernas y me ayuda a sentarme sobre su regazo. Siento su rigidez entrar en contacto con mi sexo humedecido y sensible por el orgasmo reciente, cálido y receptivo acoge su carne, mis nalgas se sientan en un banquillo invisible, mis brazos se aferran a su cuello y mi cabeza se recarga sobre sus hombros. Lo siento habitarme en toda su extensión y me nacen las ansias de montarlo como potro salvaje, como lo he hecho en otros escenarios. Qué delicia sentirme complementada de esa forma, mis pies alcanzan el suelo para usarlos de apoyo para moverme sobre su eje. Ahora mando yo, aunque sea su miembro el que me coge. El grito de asombro de mi puritana interior se escucha en su encierro. Mis movimientos inician acompasados, pero mis caderas van tomando fuerza y cada vez se mueven más rápido, lo siento entrar más profundo, quizá mi peso me permite recibirlo más adentro, siento su punta rozando mis paredes, me encanta esa sensación de su cuerpo dentro del mío. Sus manos se aferran a mis caderas, ¿dije que mandaba yo? A quién engaño, él sigue estando en control, con sus dedos dirige el movimiento de mis nalgas, lo amortigua o lo acelera, lo contiene a su propio ritmo, lo siento crecer ante el castigo, ¿se imaginará la forma que me excitan sus latidos? ¿Sabrá que mis paredes son capaces de percibirlos? Una corriente de humedad baja por ellas, mojando aún más su tronco que se desliza más libremente, mi torso arqueado sube y baja, me dejo caer sobre su humanidad y lo escucho quejarse de placer, lo estoy domando, sé que puedo hacerlo explotar con solo agitar mis caderas al tope de su velocidad, pero sus manos no me lo permitirían, por esa razón reposan sobre mis nalgas. ¿Qué están haciendo? Siento sus dedos acariciándome, me las aprietan, las amasan, las separan, las… ¡ay! Conde..nado, oh sí, la punta mojada de su dedo índice gira y resbala sobre la entrada de mi rincón prohibido, a pesar de las siete llaves, el placer es tan exquisito, no quiero que deje de acariciarlo de esa manera lasciva e irreverente. Me pego con fuerza a su pecho, mi vientre se contrae y agito mis caderas para tallar mi clítoris sobre la base de su miembro, sobre su maraña de vello oscuro y empapado de mí. Siento levantarse la ola de un nuevo orgasmo, me convulsiono sobre el toro que me embiste para mantener la ola en alto, escondo mi cara en su cuello, gimo desesperada, él lo sabe, conoce mis orgasmos, se impulsa hacia arriba para penetrarme un milímetro más adentro y con ese simple movimiento aumenta nuestro gozo. En ese momento, la punta de su dedo índice aprovecha para deslizarse hacia dentro de mi rincón secreto, sin trabas ni aviso previo, resbaló la mitad de su longitud en mi interior y se quedó inmóvil, debería sentir dolor, pero no es así, las sensaciones en mi centro de placer se han duplicado, siento al mismo tiempo la doble penetración, la grande y la pequeña, cuando creo que no es posible sentir más deleite, su dedo imita el movimiento de su miembro, entra y sale por en medio de mis nalgas, fue cuando escuché un grito semejante a un aullido, el cual supe mío porque salió de mi garganta, pero no era uno de mis sonidos conocidos, sino la expresión de placer de una mujer desconocida, alguien que no estaba registrada en mi lista de personalidades, era la hembra ancestral que había despertado de su letargo. Perdí la cuenta de los orgasmos, solo recuerdo la sensación de su dedo y su miembro chocando entre ellos dentro de mi cuerpo, divididos por una delgada pared de piel, luchando por determinar quien de los dos podía brindarme más complacencia. Él dice que mordí sus hombros y le arañé la espalda, le creo porque me mostró las marcas rojas que dejaron mis dientes y mis uñas, recuerdo que unas lágrimas saladas corrieron por mis mejillas, gotas de felicidad y júbilo. Así fue como supe que mi querido marido había ganado su primera batalla y solo era asunto de esperar para que llegara su victoria definitiva.
Hay penumbras que las manos jamás olvidan, como aquellas en las que él, en las que yo, dejamos la piel disuelta.
Germán Renko @ArkRenko
Psicólogo y escritor.
Otras lecturas recomendadas:
El bosque de los castigos
La era del miedo y la incertidumbre en el Amor.
Química sexual, cachondeo y otros animales salvajes.

Comprar libro
Fue extraordinaria la historia, quiero saber como se llamará el siguiente libro me intriga. Pero lo que sé y estoy totalmente segura es de que será maravilloso como todo lo que haces!!
Sencillamente genial!!! Escribiste una historia sobre mí, me parece increíble que la protagonista viviera momentos tan exactos a los míos y que su manera de pensar fuera igual que la mía. Estoy en shock!!! No sé cuántas mujeres se identifiquen de la misma manera, pero, yo, me asusté. Es como si hubiese escrito un diario personal y tú la hubieses plasmado tan magistralmente. Con mi ex-esposo viví esta historia y vuelvo a repetirte es una copia exacta de lo que tuvimos.
Agradezco que hayas compartido una historia tan real con la que nos identificamos.
Como siempre te mando mi cariño acostumbrado…Besos y Abrazos de oso!
yo me identifico tanto contigo como conbel relato. Me 3encontré en cada parrafo de este relato. German Renkoes Divino❤❤❤
Me gusto mucho la forma en la que introduce al texto la sodomia, con mucho tacto y elegancia, ya que la mayoria de la gente lo ve como algo vulgar y mas que sucio, lo mas bajo en cuanto a placeres se refiere, el texto es muy descriptivo y excitante, como todos sus textos que tanto me encantan, nos vemos en la siguiente lectura.
No entiendo cómo le hace usted para envolverme en sus letras con tanta magnitud, elegancia, sentimiento y perversidad, de la manera en que lo hace. Usted, Don Germán, no es un simple escritor, usted es un artista.
Un artista que toca el piano con mis emociones con cada palabra y frase que escribe. Un artista que pinta su Mona Lisa en mi espalda con los sentimientos que le imprime a sus letras.
Un artista que hace que me sonroje sin tan siquiera conocerme.
Mil gracias a usted Don Germán por deleitarme con este extracto de su libro que lo único que logró fue sacarme mil suspiros, hacerme imaginar tantas cosas, desear conocer un hombre que sepa disfrutar de la perversión y el erotismo de la manera que usted lo hace y por supuesto, logró dejarme picada y anhelando más de sus escritos.
«Si no era amor, era vicio. Porque jamás un autor me hizo regresar tantas veces por sus letras»
Siga así Don Germán… Que aquí estaré yo, leyéndolo en las sombras.
mi mujer la lectora empezó a curiosear por este fragmento y vaya que ha despertado mis múltiples personalidades, gracias por la recomendación, por compartir y por el deleite de rememorar en pareja.
Por Dios German me haz hecho enloquecer nuevamente con tus letras. Felicidades. Solo quiero seguir leyendo y no parar nunca. Me encantó hombre gracias.
Eres increible!!!💋💋💋 exquisitas letras . Nadie como tu
Hola Germán 😀 Yo descubrí una obra tuya! Mi favorita! También se extraña lo que los dedos no han tocado! Hasta he creado una colección en mi google+ a tan hermoso arte que creaste! Si algún día lo vez (jajaja creo que nunca) Ojalá y te guste 😀 tiene toda mi inspiración y pasión!
Encantada..tu descripción de la mujer fue precisamente lo que realmente somos..con unos ideales inquebrantables pero en el fondo deseando que alguien despierte ese demonio que tenemos..
Fascinada..
Definitivamente no dejaré de leerte… Estoy ansiosa por tu próximo libro, reciba un cordial saludo Sr Renko.
Me encantó! Lo disfruté todo como Si lo estuviera viviendo!Gracias a que tengo una gran imaginación pure her cada escena de tu relato!felicidades y ya quiero tener ese libro entre mis manos! 💋
Me encanto todo tu relato. Maravilloso y todo lo he hecho realidad
Existen ese tipo de hombres a los que es imposible negarles algo. Me hizo recordar esa vez que le di el rincón prohibido a él, me negaba no porque me disgustara o nunca lo hubiera hecho, sino porque sus proporciones me daban un poco de miedo. Pero con su forma infinita de conocerme la piel y las ganas, supo como hacer de esa experiencia algo realmente alucinante.
Que rico leer un escrito así, tan bien hecho.
Un relato espectacular, una redacción y detalles impecables. Me quedo con taquicardia al final. Gracias German.